23 de Mayo de 2011

El desconcierto en la cultura

Por FRANCISCA MÁRQUEZ B. La sociedad, la cultura, la política sufren de un des-arreglo, de un des-afinamiento, de una des-orientación que la ponen bajo sospecha y que nos ofusca. El desconcierto en la cultura, en nuestra manera de representarnos, en nuestra manera de ordenarnos e imaginarnos la vida en sociedad hacen que las viejas certezas huelan mal, extrañas y vacías...

Por Francisca Márquez


1. Construir nuevas cartas de navegación

Hay tiempos en los que es mejor callar. Así aconsejaba Wittgenstein en su Tractatus logico – philosophicus cuando señalaba que “sobre aquello que no se puede hablar, es mejor guardar silencio”.

Todos ustedes coincidirán probablemente en que estos son tiempos – al menos en lo que dice relación a la cultura y el quehacer de la política- de fuerte desconcierto y desasosiego. La sociedad, la cultura, la política sufren de un des-arreglo, de un des-afinamiento, de una des-orientación que la ponen bajo sospecha y que nos ofusca. El desconcierto en la cultura, en nuestra manera de representarnos, en nuestra manera de ordenarnos e imaginarnos la vida en sociedad hacen que las viejas certezas huelan mal, extrañas y vacías…

No son éstos buenos tiempos para apresurar explicaciones, formular preguntas ni menos respuestas. Tampoco para hablar y aventurar algún ordenamiento de esta realidad que se nos ofrece fundamentalmente confusa.

Pareciera ser que estos son tiempos para callar, observar, esperar, abrir la mirada, ejercitar la percepción, la imaginación y escuchar, por sobre todo escuchar.

En este desarreglo, en este dislocamiento de la cultura, los viejos mapas parecieran haberse vuelto obsoletos.

Y sin embargo aquí estamos, intentado encontrarlos, dibujarlos y en lo posible transformarlos en ruta de viaje. Porque sin mapas, sin cartas de navegación pareciéramos estar perdidos. Es en este sentido, que leo la invitación de hoy: un esfuerzo para remirar estos viejos mapas y trazar otros nuevos que nos lleven a asentar nuestra cultura y nuestra democracia.

El texto de Norbert Lechner, ciertamente nos entrega los elementos centrales de este itinerario; allí están las cuatro claves y las señales para avanzar. Por eso esta ponencia se centrará sólo en algunos aspectos – en especial en las evidencias empíricas – que a mi parecer constituyen la brújula que nos falta.

Hablaré brevemente de los avances de nuestra democracia; porque nadie puede negar que los hay; pero por sobre todo quiero hablar de los patios traseros que la acompañan y de los movimientos subterráneos que en ella ocurren.

Una arqueología de estos espacios sociales se impone con urgencia. Escarbar, investigar, mirar, escuchar es hoy, el único camino posible para salir de este estado de desconcierto en el que nuestra cultura se encuentra inmersa. No hay relato democrático posible, no hay reencantamiento posible sin este ejercicio etnográfico.

 

2. Los contradictorios avances de la democracia

Lo primero que quisiera partir reconociendo, es que este país ha crecido, ha crecido económicamente por cierto, pero también en su densidad social y cultural. Este país ha recorrido un largo camino para ello, ha crecido en certezas y también en paradojas, al decir del Pnud en sus informes de Desarrollo Humano. Pero lo que es cierto es que este país bulle, se debate, se enorgullece y también se avergüenza.

Podría detenerme en nombrar un sinnúmero de logros. El más importante es la recuperación de sus libertades políticas y civiles.

Pero este país tiene también otros logros: ha doblado el ingreso per cápita en una década y, aún con una lenta reactivación, no ha dejado de crecer. Ha disminuido la pobreza y la indigencia. Se ha abierto y masificado el acceso a la educación de los estudiantes de bajos ingresos, han aumentado los años de escolaridad y la educación media ha pasado a ser obligatoria. Ha crecido la esperanza de vida de los chilenos, mejorado los indicadores de salud y se ha resuelto el déficit habitacional histórico.

En términos de nuestra cultura y nuestra democracia, tal vez uno de los avances más significativos es el haber hecho tambalear el tabú de la violencia intrafamiliar, transformando en público un problema que hasta inicios de los noventa había sido privado; se avanzó en el reconocimiento a la diversidad de formas familiares y de las mujeres jefas de hogar, el reconocimiento del derecho a la educación de las madres adolescentes, la visibilización de la violación a los derechos humanos…

Es irrefutable que Chile crece, pero también es cierto que en él coexisten viejas y nuevas desigualdades asociadas a nuestra incapacidad redistributiva, a nuestra incapacidad de avanzar en la construcción de una sociedad más igualitaria.

Los relatos de los chilenos indican que las aspiraciones a la modernidad se viven y se sufren contradictoriamente, que la tensión existencial y social no está ausente. Que el imaginario de sociedad meritocrática se ha jibarizado y el de una sociedad desigual gana espacio.

Afinar la mirada y la escucha frente a la multiplicidad de subterráneos y patios traseros que han acompañado los logros democráticos de nuestro país parece una tarea urgente.

 

3. Los patios traseros

En alguna ocasión, dije que en Chile, tras la desconfianza y el temor al otro, lo que está agazapado, es el temor a terminar ocupando el patio trasero.

Y es que en este país, ser joven, mujer, pobre, mapuche o cesante para muchos puede significar simplemente tener que ocupar el patio trasero de nuestra democracia y, por tanto, vivir una ciudadanía restringida donde la distancia entre aquello que se quiere ser y aquello que se logra se asienta… porque en un país desigual, donde el peso de los orígenes es una evidencia fuerte, la probabilidad de levantar una imagen de sí, distinta con y desde otros, parece remota.

Esta es la historia por ejemplo, de la llamada nueva pobreza; son aquellas familias que durante la década de los noventa pudieron pasar de los márgenes del río, del campamento y de la choza a habitar lo que hoy día se conoce como Villas o conjuntos de viviendas sociales. Viviendas que van entre los 35 y 48 m2 para familias a menudo de 4 a 6 personas.

Quiero volver al campamento” nos decía con convicción una pobladora recientemente erradicada a una villa, mientras las demás vecinas asentían con la cabeza. Y aunque la mayoría de estas familias se muestra conforme con los beneficios que suponen vivir en una casa con luz, agua y alcantarillado, la nostalgia de esa manera “comunitaria” de vivir a las orillas del río gana fuerza a medida que transcurre el tiempo. Rotos los viejos lazos de sociabilidad de la comunidad de iguales, los pobladores se enfrentan a un vecindario donde la desconfianza, el miedo y la inseguridad no tardarán en instalarse a pesar de ellos.

Integración y reconocimiento son las demandas que se escuchan una y otra vez entre cada una de estas familias. Y aunque la vivienda la saben mejor que sus viejas rucas, incluso mejores que las viviendas sociales de los años ochenta, todos ellos se saben excluidos, habitantes de los bordes de la ciudad. Más educados, mejor alimentados y con techo… los nuevos pobres de este país lo que no están diciendo es que no quieren seguir ocupando el patio trasero de nuestra democracia. En este modelo de ciudad de fronteras, marcada por la afirmación de una ciudadanía privada la comunidad y las identidades fuertemente fragmentadas se viven mal.

“…perdón la palabra, toma perro ahí tenís… tu jaula…” así contaba un poblador que se sintió cuando le entregaron las llaves de su nueva casa. “Pero, claro son bonitos los departamentos y todas las cosas que tenís…, pero fue muy doloroso la manera de entregarlos.” “Porque yo pienso que la ceremonia era importante porque es como el sello de tu sueño, o sea es digno de…o sea yo pienso que para todo lo que hemos luchado de estar de allegados, arrendando, pasando mil cosas, o sea, la ilusión de algo digno, era la ceremonia, y verse ahí poco menos que protestando ahí para recibir lo de uno… agregaba otro vecino.

“… no importa si no hubiera estado el presidente, es lo de menos, pero una autoridad por ejemplo del mismo ministerio de la vivienda, hubiera dado su sermón ahí, un discurso, hubiera sido como más legal, más dedicado…” [1]

Ciertamente, el Estado de los noventa resolvió el gran déficit habitacional que se acarreaba de las décadas anteriores, en Chile nunca se ha construido más vivienda social en toda su historia. Y ello ciertamente a permitido resolver el problema de los sin techo y allegados de este país. Y sin embargo, aún así, ellos quieren volver a sus ranchos. De que estamos hablando entonces? De que se trata entonces el descontento de estos pobladores?

Pareciera ser que el Estado y sus políticas han descuidado no solo su rol en la construcción del lazo social que vincule de manera significativa y activa a los ciudadanos, ha olvidado también su deber de construir un relato del nosotros.

De lo que estos pobladores nos hablan es de ceremonial, de gestos, de símbolos que aglutinen, y que acompañen uno de los mayores esfuerzos de toda familia, como es la obtención de una vivienda. Estos habitantes de Santiago, de lo que hablan, es de la cualidad del vínculo, de los términos sobre los cuales quieren y aspiran a construir su relación con el Estado y la sociedad en su conjunto. Ni la mejor de las viviendas, ni la mejor de las educaciones serán percibidos como adquisición de ciudadanía si el Estado descuida la construcción de vínculos sociales desde donde fortalecer la adscripción a una comunidad de sentidos, esto es, de fortalecimiento de la cohesión social.

 

4. Subterráneos y movimientos

Pero no todo es patios traseros en Chile, también están aquellos movimientos subterráneos que han crecido bajo el suelo de nuestra democracia. Cuando digo subterráneo, digo subsuelo, subversión, suburbano también, substrato… es decir, espacios que dan cuenta de una parte de esta sociedad que vive el desosiego y el desconcierto a través de la búsqueda y el movimiento silencioso y activo en los intersticios de la sociedad. El ejercicio de la vida activa diría Hanna Arendt.[2]

Son los Kasa Okupa La Marraketa, Los Despreciados y Desechados, el Movimiento de Furiosos ciclistas, los Club de abstemios, la Cofradía del mérito vitivinicola, Las victimas del asbesto, Los Abandonados.cl, Los Traves Chile (400 travestis), La Fundación Margen y sus 6000 trabajadoras sexuales, Los Papás por siempre (1000 padres), La Asociación de viajantes, La asociación de consumidores de Chile, El Grupo de objetores y objetoras de conciencia; La Hiphoplogía[3]; Tiro de Gracia, Corrosivas; Los Niños Con Spray (N.C.S); Los Desquiciada Vida escritora, ( D.V.E), Las guerreras del Forestal…

Son los espacios de fermento de identidades tribales que nos viene a recordar a su manera el fuerte desgaste de los valores, las imágenes y los megadiscursos.

Autoafirmación de la subjetividad, apropiación y defensa de la territorialidad, comunidad emocional, comunidades de sentido, energía subterránea, sociabilidad dispersa son conceptos que dan cuenta que a mayor globalización y modernidad, mayor pareciera ser el deseo de identificación local e intimista; a mayor individualismo mayor pareciera ser la búsqueda de referentes comunitarios y esto que es cierto para nuestro ejemplo de las villas más pobres del país, también lo es para la clase media cobijada en los condominios bucólicos en búsqueda de recuperar un estilo de vida comunitario y rural.

Son estos los movimientos subterráneos donde la multiplicidad de sentidos propios desordena las certezas y abren la esperanza de refundar un pacto social abierto a la pluralidad.

Movimientos subterráneos que “hacen hablar” nuevas concepciones de lo social, de la política, de las instituciones, de la cultura. Representaciones y prácticas que debieran ser leídas como ‘metáforas del cambio social’ que ocupan y se valen de aquellos espacios donde la institucionalidad se ha debilitado.

Ciertamente estos son movimientos que subyacen a lo político, a lo estatal, a lo institucional y a lo nacional. Es cultura que se gesta silenciosa e invisible, apegada a lo privado, a lo comunitario, a lo subjetivo y al homo ludens. Son expresiones, que aparentemente alejadas de lo político, contienen, condensan los gérmenes para repensar y rehacer nuestros viejos mapas. Actitudes, lenguajes, movimientos que al modo de las viejas culturas tribales nos recuerdan la importancia de la pertenencia, a un lugar, a un grupo como fundamento esencial de toda vida social.

Identidades fundamentalmente expresivas de gestación lenta, que en su invisibilidad nos hablan de una cultura mas diversa, tolerante, y democrática.

 

5. Conclusiones

En fin, a partir de este breve ejercicio etnográfico quisiera terminar señalando dos aspectos que me parecen centrales al momento de hablar de desafíos democráticos, y en especial de la relación entre cultura y democracia.

1. Las categorías con las cuales leemos e interpretamos la realidad.

Comparto con los últimos Informe de Desarrollo Humano, que un sello distintivo de esta época es su carácter paradojal, concepto que aparece reiteradas veces en estos informes, y que probablemente esté a la base de nuestro desconcierto.

Ciertamente su carácter paradojal, no está dado solo por las contradicciones empíricas y subjetivas de esta realidad social en permanente transformación, sino también por nuestras dificultades para comprenderla y aprehenderla en su complejidad. Cuando hablamos de esta sociedad paradojal de lo que estamos también dando cuenta es de nuestra perplejidad y de nuestra dificultad para poder dar cuenta comprensiva de aquellos que Marcel Mauss denominó “un hecho social total”; es decir, una comprensión de la vida social como un sistema de relaciones, más que una sumatoria de componentes aislados entre sí. Y donde la unidad del todo es más real que cada una de sus partes.

Si existe un desconcierto en la cultura es sin duda porque también nuestra manera de leer y de interpretar los cambios sociales exigen transformarse.

Por ello es que aplaudo los desconciertos por sobre las certezas. Hoy más que nunca necesitamos de nuevas categorías de comprensión que nos permitan dejar que la realidad se nos muestre como un todo, fascinantemente complejo. De lo que se trata por ende, no es de su desmenuzamiento, sino el descubrir cuales son estas nuevas dimensiones, estos nuevos ejes, si es que los hay, sus tensiones y fuerzas que operan en darle vida y dinamismo como un todo.

2. Los soportes necesarios a las condiciones del individuo en sociedades desiguales

Coincido con Norbert Lechner en la perspectiva que los procesos de individualización constituyen una fuerza, una impronta de nuestros tiempos que no pueden ser obviados. Y si hay algo fascinante de estos tiempos, es el surgimiento del sujeto como pieza clave en la comprensión de las mutaciones contemporáneas de nuestras sociedades.

En la tradición sociológica el individualismo siempre fue percibido negativamente, como una amenaza para el orden social. El gran temor de Weber era el triunfo de una racionalidad instrumental fria, sin referencia a los valores; el temor de Durkheim se resumía bien en los términos de anomia y pérdida de cohesión social; y aún Tocqueville, pensador liberal, manifestaba su temor a que cada uno se preocupara más de su pequeña sociedad personal que de la gran sociedad. La sociología clásica se prohibió la consideración de la capacidad reflexiva de los individuos siempre reduciendo al actor a la aplicación de un programa colectivo.

Mi hipótesis y no la mía solamente, es que precisamente en esta relación de no adhesión inmediata – de movimientos subterráneos y patios traseros- reside lo esencial a nuestro tiempo. De lo que se trata hoy es de poder comprender como en un movimiento simultáneo, los individuos son actores condicionados socialmente y como siendo actores, ellos logran producir nuevas estructuras de sentidos y de control social.

Construirse como sujeto, permanecer maestro de su propia historia, autor de su individualidad suenan invitaciones fascinantes a los oídos de cualquiera de nosotros. Pero el punto no es este, sino de los soportes que sociedades desiguales como las nuestras pueden ofrecer a quienes aspiran acceder a esta invitación de la modernidad.

En el discurso liberal o neoliberal el planteamiento es que existen individuos que no demandan, sino poder expresarse como tales, desarrollar su capacidades de iniciativa sin las restricciones estatales, burocráticas. Bastaría entonces liberar al individuo de estas restricciones para que adquiriera toda su fuerza y productividad económica y pudiera desarrollarse personalmente. Desde esta mirada, el individuo es visto como si el no tuviera condicionantes históricas y sociales de existencia.

En contra de esta posición sobre el individuo, prefiero la hipótesis que levanta Robert Castel cuando señala que un individuo no existe como una substancia en si misma; por el contrario, para existir como individuo es necesario tener los soportes, y por tanto, interrogarse sobre aquello que hay tras él para permitirle existir como tal.

Y en este sentido, no hay posibilidad alguna de un individuo autónomo, propietario de sí mismo si no posee los bienes básicos que lo ponen fuera de situaciones de dependencia y sumisión. Propiedad de sí y propiedad de recursos o de capitales en el sentido de Bourdieu son indisociables.

En Chile sin embargo, las características que asumen la profundas transformaciones de la estructura social y ocupacional, dan cuenta que ni siquiera tener un trabajo asalariado suponen ser parte de una red de seguridad social ni tampoco dejar de ser pobre. Ser asalariado y vivir en condiciones de vulnerabilidad o pobreza es una realidad en nuestro país.

En sociedades modernas, de diferenciación y segmentación creciente como es la chilena los modelos de integración no parecen estar asegurados, lo definitivo parece ser la capacidad de cada individuo de combinar las distintas propuestas y construirse sus propias respuestas.

Pero en Chile, tal como lo muestran innumerables estudios y encuestas, la percepción de la desigualdad, estos es del peso que adquiere la familia de origen en la probabilidad de que sus miembros puedan ejercer plenamente sus derechos económicos, sociales y políticos e iniciar trayectorias de movilidad social ha ganado lugar en nuestro imaginario. Evidencia que nos advierte que sin trabajo digno y sin equidad el individuo no se levanta.

Pero nuestro ejemplo de la nueva pobreza también arroja una última luz que quisiera señalar: la construcción de un individuo más autónomo y más ciudadano exige también de soportes, de recursos simbólicos que alimentan su comprensión y su quehacer en sociedad.

En un hermoso libro sobre el Estado en Bali, Clifford Geertz, antropólogo inglés, nos cuenta que los balineses – no solo en rituales en la corte sino en general – vaciaban y modelaban sus ideas más integradoras sobre la realidad y sobre las formas en que los hombres deberían actuar, en símbolos aprehensibles por los sentidos. Flores, danzas, melodías, gestos, cantos, ornamentos, templos, máscaras – y no conjunto de “creencias” aprehendidas discursivamente – daban forma y contenido a estas representaciones de la sociedad.

El ritual en Bali, y muy particularmente, el ritual estatal, por muy concretamente que este se simbolizara y por muy irreflexivamente que se aprehendiera, siempre incorporaba doctrina en el sentido literal de “enseñanzas”.

Elaborar una poética del poder, y no una mecánica, constituye hoy en Chile un desafío democrático que no debiéramos jamás abandonar.

 


[1] Entrevistas a pobladores, Francisca Márquez, Historias de ciudadanía entre familias pobres urbanas: la incidencia de las políticas sociales locales, FORD, 2003, Fondecyt 1020318.

[2] En la condicion del hombre contemporáneo Arendt señala que estas tres actividades y sus condiciones están ligadas intimamente a la condicion más genral de la existencia humana: la vida y la muerte. El trabajo no asegura solamente la sobrevivencia del individuo sino también el de la especie; la obra y sus productos – el decorado humano – confieren una cierta permanencia, una duración a la futilidad de la vida mortal y al carácter fugaz del tiempo humano; la acción, en la medida que ella se consagra a fundar y mantener los organismos políticos, crea la condición para el recuerdo, es decir, para la Historia.

[3] Lalo Meneses, VI Encuentro de la Calle, 2 de noviembre del 2002: “La gente de las poblaciones tenemos que ser sayayiones, incorrompibles, loco, tómate un copete, chúpalo, yo no hablo con huevones. Me querís hablar, háblame lúcido, que fúmate un cigarro, no yo no fumo huevás, yo fumo marihuana. Eso hago. Y creo y pienso. No me preocupo por huevás. ¿Y saben lo que pienso?, que este sistema es una mierda, ¿están vivos o no? Yo no soy amigo de los yankees, yo soy amigo de los negros, soy amigo de la cultura de los ghetos, yo quiero volver a mis orígenes. Mi origen es Huamachuco, mi origen es Cerro Navia. Todos los días nacen breakers bacanes en la periferia, graffiteros bacanes … Fondecyt 1020266, José Bengoa, Identidad e identidades: la construcción de la diversidad en Chile.

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