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COLUMNA | Wiñoy Tripantu, por Juan Carlos Skewes

Nuestro director del Magíster en Antropologías Latinoamericanas publicó recientemente una reflexión acerca del WeTripantu.

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La luz se intuye, aún no es sol.

Se acompaña el todavía inaudible crepitar de los brotes tímidos de árboles y plantas que no germinan pero que se les sabe ciertos en el tiempo próximo.

Las aguas corrientes de ríos y esteros purifican y renuevan a su paso la tierra, preparándola para su preñez en la primavera entrante.

Las familias, con sus invitados esperan el amanecer. Recuerdan lo ocurrido en el período que termina a la espera del renuevo. Se comparten la comida, los sueños y los buenos deseos.

La inmersión en el agua y el llellipun con que se saluda la regeneración de la vida reanudan las reciprocidades que hacen posible la existencia de todos los seres.

Es el Wiñoy Tripantu.

Sí, en nuestra condición mestiza, quisiéramos honrar la práctica, podríamos evitar describirla como un Año Nuevo o dedicarle un día feriado en el calendario. Tales categorizaciones son una pobre traducción de lo que ocurre a la otra vera del camino por el cual también transitamos. Más valdría hurgar en nuestra miscegenación y dar con alguna pista que permita recuperar una pizca que sea de nuestra condición edáfica, como lo hicieron desde Tito Lucrecio Caro hasta Emanuele Coccia, o desde Gabriela Mistral hasta Elicura Chihuailaf o Adriana Paredes Pinda, pasando por Jorge Tellier.

Más que sumarse al tropel de consumidores que en el fin de semana largo anega los moles, o a las ceremonias públicas con que la oficialidad – cualquiera que sea – rinde tributo a aquello que celebran mientras la gente se va rumbo a la playa, el Wiñoy Tripantu invita a un ejercicio por completo diferente: no es el recuerdo de una conquista despiadada ni la obra magna de ejércitos y hombres para algunos merecedores de estatuas y monumentos.

El Wiñoy Tripantu es la antítesis, es el sobrecogedor reconocimiento de la dependencia de la comunidad humana respecto de las fuerzas que hacen posible su vida – y la de los demás seres vivientes: la luz solar, el agua, las plantas, los insectos y animales, a los que se debe gratitud. El centro del culto no es el jinete forjado en acero. Por el contrario, la celebración es la espera con familiares e invitados en alguna casa de la población Yáñez Zavala de Valdivia o en Chosdoy, al interior de Antilhue, la espera del sol, del renuevo.

Y el renuevo lo abarca todo, desde los recuerdos del tiempo transcurrido hasta las esperanzas de mejores cosechas. Es tiempo de modestia y de trabajo, de atención y cuidado. Y ¡vaya que en nuestra condición mestiza necesitamos despojarnos de arrogancias mal habidas y de elocuencias innecesarias!

No es el disfraz de una fiesta que nos es ajena aquello a lo que el Wiñoy Tripantu convoca. Es más bien a dar con una celebración donde podamos acompañarnos y cuidarnos, unas a otros, y también a los árboles, animales, aguas e insectos. Un encuentro que nos prepare para el trabajo que aguarda tras la salida del sol: una nueva Constitución, un nuevo gobierno, un nuevo país. O, mejor aún, el país, gobierno, Constitución que se deben por entero al cuidado de las personas, de los demás seres que pueblan el mundo y de las cosas que se han hecho hijas también del suelo.

PUBLICACIÓN ORIGINAL: EL MOSTRADOR

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