Vivimos hoy en día en una sociedad distópica. La distopía refleja una situación contraria a la utopía. Como sabemos, buena parte de las utopías son también eu-topías, es decir, apuntan hacia un horizonte donde se muestra una humanidad que vive de manera ejemplar. Por tanto, distopía se opone a ambos términos, y apunta hacia un tipo hipotético de sociedad pero, esta vez, indeseable y negativa (como se relata en las novelas de Huxley, Orwell o Bradbury). Se describe como algo que vendrá a futuro pero, lo cierto, es que al parecer ya está entre nosotros. Por una parte, tenemos Las pretensiones de una racionalidad de la parte, fragmentaria, funcional, ocupada con el constante perfeccionamiento de los medios, pero que al mismo tiempo, deja en la penumbra el telos o finalidad hacia la cual se ordena, termina conduciendo a la irracionalidad del resultado de conjunto. Por la otra, se intenta poner (desde los medios de comunicación y las elites) a las demandas, reivindicaciones y alternativas provenientes del ejercicio de una racionalidad material-sustantiva como irracionales; éstas son catalogadas ahora como inviables, imposibles, populistas, utópicas, izquierdistas, frente al poder concentrado en el capital y el mercado.
Es la lógica de la modernidad capitalista y su alianza con la tecnociencia en sus distintas expresiones y momentos. El último de ellos es el actual, la neoliberalización global del mundo, que se pretende el fin de la historia, sin alternativas, y que hoy se asoma en su dominio a la posibilidad incluso del colapso global.
Pero qué le puede importar el colapso de la tierra y del ser humano como tal al poder de la elite del 1% dentro y fuera de Chile? Mientras se lucha contra el covid-19, el hambre, la nueva miseria, el desempleo o las guerras que aún continúan (contra Siria, Irak, el pueblo palestino o Libia y Yemen..), ese 1% está pensando en cómo hacerse más rico y en cómo aumentar su control sobre todos nosotros. Fíjese que desde el año 2015 el 1% de la población acumula más riqueza que el 99% restante. Tenemos unas 200 corporaciones transnacionales que controlan aproximadamente el 75% de la economía mundial. O, si usted quiere, 10 multinacionales mueven el mismo volumen de recursos que 184 países ¡¡ Ellos son los amos provisionales del mundo y por tanto, de nuestras condiciones de posibilidad de una vida digna, en lo material y en lo simbólico. Algo que por cierto, no se menciona ni en los noticiarios ni por los políticos de turno en el poder, y a veces tampoco por las elites intelectuales.
Una pequeña elite entonces controla el sistema socioeconómico a nivel global. Y, como sostienen algunos autores, su conciencia está regida por el individualismo narcisista, la codicia sin límites, una tendencia enfermiza por expandir su poder a costa de lo que sea, lo que lleva a luchas internas entre ellos por el reparto y uso de ese poder. Podemos prever que en medio de esta sociedad distópica, esa elite querrá aumentar su dominio y control sobre el conjunto de la humanidad sin consideración de excepciones. Al mismo tiempo, también es previsible una dinámica de acumulación y control (no solo financiero, también de tecnología y de inteligencia) en cada vez menos manos. Porque para el capital, la naturaleza y la sociedad son materia prima a engullir y remodelar según su propio diseño y ambición. Por eso la distopía se hace presente aquí y allá e instaura, a nuestra vista y paciencia, lo que bien llamaba Jean Ziegler ( relator especial suizo de la ONU para el derecho a la alimentación) “el imperio de la vergüenza”.
En una entrevista concedida hace algunos años al periódico La Libre Belgique ( 2005), decía “¿se puede medir la vergüenza que siente una madre ante sus hijos martirizados por el hambre, a los que no puede alimentar ( se refería a lo que sucedía en las favelas del norte de Brasil)¿ Y agregaba: “ Pero el orden asesino del mundo –que mata de hambre y epidemias a 100.000 personas por día – no provoca sólo vergüenza entre sus víctimas, sino también entre nosotros, occidentales, blancos, dominadores, que somos cómplices de esta hecatombe. Conscientes, informados, y sin embargo, silenciosos, cobardes y paralizados”. Claro, no solo engulle y remodela la sociedad y sus habitantes, también lo pretende con la naturaleza tratada como cosa, como objeto a la mano, para manipularla y explotarla. En buena medida es por eso que las transferencias zoonóticas de virus de animales no humanos a humanos se han intensificado desde la década de los 60, desde la gripe de Hong-Kong (1968-1969), hasta el Covid-19, pasando por la gripe Aviar, el Zika, Sars 1-2, el Ébola, entre otros. Ese orden y su violencia estructural, es decir, la dictadura del Capital, es un sistema que tiene en su cúspide – como bien dice un colega y político allende la Cordillera de los Andes- una plutocracia que delega y administra los subsistemas en todos los países, incluidos aquellos en apariencia “democráticos”. Se acompaña también de toda una institucionalidad y sus burocracias cuya cara visible son las NNUU, el FMI, el Banco Mundial, el Bid y la misma OEA. Todo este entramado se sostiene en dos pilares: el patrón dólar por un lado, y la supuesta superioridad militar de los USA, todo ello, como no, en nombre de la “civilización occidental”.
El dominio del 1% -dentro y fuera de Chile- no puede darse, claro está, sin la complicidad de ciertas prácticas y liderazgos. Entre esas prácticas, destaca la corrupción de la vida humana, de las personas, de su vida en común y sus expresiones sociales, jurídicas y políticas. De allí el malestar social reiterado en nuestros países y el consiguiente desencanto con sus gobiernos.
Como bien dice el médico psiquiatra José Luis Padilla “ El ser humano vive hoy en día como un animal en cautiverio: entre la hipoteca, el auto, las vacaciones y todas las necesidades que se nos han ido creando (…). Y agrega : “ (…) la vida cotidiana es un estado de guerra (…) A las infecciones se les declara la guerra y se las ataca con antibióticos. Y está la multinacional correspondiente que hace antibióticos… Al cáncer se le declara la guerra y se le ataca con quimioterapia..es decir todo el modelo está basado en una lógica de guerra. Y eso afecta a nuestra percepción del mundo y lo condiciona”. Y claro que condiciona toda nuestra vida, la personal y la social en todos sus ámbitos, incluyendo por cierto, la cultura, la educación, sus instituciones, los medios de comunicación. Y, sin embargo, a pesar de la creciente consciencia de estas situaciones, este 1% – comenzando por nuestro país, laboratorio ejemplar de neoliberalismo-, insiste en el engaño, la manipulación, la represión y el reforzamiento de las labores de las agencias de “inteligencia”, contra su propio pueblo. Es decir, la lógica de guerra y privatización como política disfrazada de palabras vacías. El utopismo neoliberal es guerrerista y conduce a la autodestrucción. Por eso es tan importante el despertar de la conciencia colectiva. Porque, como bien dice R. Kurz “Una sociedad que no puede reflexionar sobre sí misma y compuesta únicamente de pintura y vendedores impertinentes es social y económicamente intolerable”.
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