Acabo de enterarme de la muerte de María Ester Grebe.
Las preguntas habituales en estos casos son inútiles. Lo importante es saber como María Ester se ha sedimentado en nuestra memoria, saber qué nos ha permitido ser a través de suyo.
La historia, como lo sabemos, es compleja. Pero creo que es más compleja para nosotros y nosotras que para la propia María Ester. Sería hipócrita quien desconociera la incomodidad que su participación en la disciplina produjo, incomodidad para quienes compartieron espacios académicos e institucionales con ella. Lo idiosincrático de su personalidad, esa permanente sensación de sentirse amenazada y de denunciar a aquellos de quienes sospechara, no fueron facilitadores para una mejor estadía en la Universidad.
Pero, ¿qué podría haber detrás? ¿Era sólo María Ester la causa de nuestra incomodidad? ¿No habría tal vez causas mucho más profundas? Y de éstas, ¿no habría algunas que nos concernieran más directamente?
Pensamos con Debbie Guerra que tal vez las hayan habido, que María Ester, al igual que muchos personajes de su tiempo, al señalar derroteros, quedaban ellos mismos a la vera de un camino que con mayor arrogancia, con mayores certezas institucionales, con mayor poder y con mayores recursos, transitaban otros. ¿No es acaso de esto de lo que se trata la vida institucional y académica de un país? Hay que quienes labran y quienes cosechan, y en las academias suele suceder que sean mujeres las que labran y hombres los que cosechan.
También sucede que las nuevas generaciones se levantan contra las antiguas, que los íconos sean quemados en pos de nuevos afanes para ser luego rescatados de entre las cenizas por las nuevas cohortes. Sucede que mujeres, viejos y raros son despreciados y que sus visiones son descalificadas merced de los adjetivos surgidos de alguna moda pasajera. ¿No sucede acaso lo mismo en nuestra antropología? Acaso mentalmente cada uno de nosotros no podría identificar varios casos de éstos. Y aquello sucede en nuestra antropología y resulta paradójico: la ciencia de diversidad se torna prejuiciosa y cruel, incapaz de asimilar en su seno la diferencia que exige sea respetada en otros pagos. No estoy de duelo por María Ester, más bien lo estoy mi, por nosotros mismos, por quienes no fuimos capaces de acomodarnos a la diferencia.
Juan Carlos Skewes V.