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¿Fe en la tecnología?

Por ALFREDO SEPÚLVEDA

“La obra de James W. Carey, sin embargo, nos lleva a un paradigma menos optimista en lo que se refiere a la promesa tecnológica. En rigor, antes de que Internet se popularizara, Carey analizaba la relación entre tecnología e ideología”.

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Por Alfredo Sepúlveda

Profesor de la Escuela de Periodismo.
Extracto de la primera parte del artículo “¿Fe en la tecnología? Redes sociales, periodismo y la obra de James W. Carey” publicado en la revista Persona y Sociedad, Vol. XXV n° 1 2011, pp. 143–160.

 

«En buena parte gracias a las tecnologías de la información, y sobre todo a las redes sociales que ellas generan en plataformas como Twitter y Facebook, las autocracias y dictaduras de Medio Oriente han temblado y/o caído en Túnez, Egipto, Yemen y en la pequeña isla-estado de Bahrein. Dice el economista Thomas Friedman (2011) que las fuerzas que sostenían el statu quo tradicional en estas naciones, es decir, el petróleo, la autocracia, el temor u odio a Israel y el temor al caos “se han encontrado con un motor de cambio que es más poderoso”. Sucede, señala Friedman, que a las grandes masas de jóvenes desocupados pero con grados académicos en el mundo árabe “la difusión de Twitter, Facebook y los mensajes de texto, […] finalmente les da una voz para responderle a sus líderes y para hablar entre ellos” (WK 10).

La ola de protestas a favor de reformas democráticas y en contra de corruptos regímenes nepotistas ha mutado, al cierre de la edición de este artículo, en una guerra civil en Libia, uno de los países de Medio Oriente con menos acceso a internet. El líder autócrata local es el inefable Muamar el Gadafi: un connotado derribador de aviones civiles en la década de 1980 e inversionista generoso en Europa en los dos mil. Hoy Libia tiene zonas capturadas por rebeldes y la capital es defendida por el gobierno. Masacres y desapariciones están a la orden del día.

La partida de esta revolución árabe la dio un suceso local: en Túnez, un joven con educación universitaria, pero que tenía un trabajo informal callejero como gran parte de su generación, no obtuvo su permiso para trabajar debido a las prácticas corruptas de la burocracia que lo supervisaba. Como protesta, se quemó a lo bonzo.

La noticia del hombre en llamas se esparció por las redes sociales tunecinas. Pero lo que hasta mediados de los dos mil podía ser la simple constatación en la pantalla del computador de lo que producían los medios tradicionales –si es que ellos hubieran informado sobre algo tan contrario al régimen–, sin que cupiera mayor posibilidad para lectores, auditores o espectadores que indignarse o enviar una carta que muy probablemente no sería publicada, en 2011, en pleno reinado de la web 2.0, fue una explosión: el anteriormente pasivo y displicente ‘público’ se transformó en activista político. Mediante el uso de blogs, Facebook y Twitter, personas comunes y corrientes reprodujeron la indignante noticia, y además coordinaron protestas masivas horizontales, sin liderazgos claros, que acabaron con el régimen.

Las cosas no terminaron ahí. El sistema global de noticias llevó las novedades más allá de las fronteras de Túnez. El público en el vecino Egipto, también con redes sociales e internet al alcance del celular o en el café virtual, no necesitó un acontecimiento como el del joven quemado para protestar contra el presidente Hosni Mubarak, que llevaba más de treinta años en el cargo y gobernaba el país en conjunto con sus amigos y familiares. Ciudadanos se congregaron en la plaza Tahrir de El Cairo a pedir la renuncia del presidente, que se aferró por varios días al poder argumentando que tras él venía el caos. Tras 18 días de protestas en la plaza, con el país paralizado, el gobernante debió hacerse a un lado. Durante todo este tiempo, una página de Facebook llamada “Tahrir Square” se mantuvo como fuente de información confiable para los participantes en la protesta y como contrapeso al sistema estatal de medios de comunicación (Fahim y El Naggar 2011).

[…]

Desde que apareció la llamada web 2.0 a principios de la década pasada, los ciudadanos tuvieron la posibilidad de participar en internet no sólo como consumidores pasivos de información que otros –aquellos con los recursos y el conocimiento tecnológico necesario– les proveían, sino como activos productores de información (O’Reilly 2005). Este cambio ha golpeado a la industria de los medios de comunicación de maneras que aún no se comprenden del todo y ha posibilitado formas de periodismo que antes eran meros sueños (Varela 2008). La posibilidad de producir para la web hizo posible, por ejemplo, el movimiento de Periodismo Ciudadano, que equiparó a aficionados con profesionales (Gillmor 2004).

Aparentemente, lo ocurrido en 2010 con Barrancones marcaba en Chile una nueva (pero en realidad vieja, como veremos más adelante) promesa: que la tecnología nos dará libertad. En rigor lo que ocurrió ese día fue que los ciudadanos, a través de herramientas tecnológicas, lograron determinar qué era una noticia. Una noticia incómoda para el poder, por cierto, que no se podía controlar, ni morigerar con lobby o llamados telefónicos al director del medio de comunicación.

¿Y cómo ha tomado todo esto el periodismo? En las escuelas de periodismo tradicionales se enseñan tres paradigmas básicos para la profesión: que son los medios los que determinan lo que consideramos ‘noticia’; que, como dice Espada (2009) los periodistas son mejores para jerarquizar, editar, redactar y distribuir información relevante que los no periodistas; y que el periodismo es un ‘cuarto poder’, un vigilante, un antagonista del gobierno que está ahí para equilibrar las cosas (Schudson 2008).

Es evidente que en las sociedades del Medio Oriente mencionadas más arriba, la corrupción gubernamental campeaba desde hace décadas, a vista y paciencia de la prensa. Fueron los ciudadanos, convertidos en productores y distribuidores de información, y armados con tecnología que suplantaba en forma efectiva a los medios tradicionales, los que ejercieron la labor de vigilar al gobierno… hasta derrocarlo.

El entusiasmo alcanzó a Dima Khatib, la corresponsal para América Latina de la cadena panarábica Al Jazeera. Ella se expresó así en su cuenta de Twitter, el 11 de febrero de 2011, cuando el presidente de Egipto decidió dejar el poder: “Bravo, pueblo egipcio, por enseñarnos cómo hacer milagros en forma pacífica” (Khatib 2011). Desde luego, no hizo esta declaración en las pantallas de su canal, cuyos periodistas deben abstenerse de emitir opiniones personales, sino en su red social, que es seguida por más de treinta mil personas. A su vez, el comentario en que elogiaba a los egipcios, fue ‘retwiteado’ por más de cien personas en forma directa».

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*Alfredo Sepúlveda es Licenciado en Comunicación Social Universidad de Chile, M.S. en Periodismo Columbia University. Profesor adjunto Escuela de Periodismo Universidad Alberto Hurtado. E-mail: asepulve@uahurtado.cl.

 

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