Por Alejandra González
Académica del Departamento de Trabajo Social.
Columna publicada en el diario electrónico El Mostrador el 21 de agosto de 2011.
El país que quiero no necesita héroes. El país que quiero no necesita de inmolaciones ni de sacrificios ni de muertos que pavimenten el camino al desarrollo.
No necesita escuelas mediocres para que haya liceos de excelencia. O escuelas pobres con directores héroes y profesores héroes que hacen mucho más de lo que deberían hacer para ver si así se acercan un gramo más a la anhelada justicia. Héroes sufrientes.
No necesita que las familias trabajen incansablemente para poder pagar una educación de calidad, para después no ver nunca a sus hijos, y se les termine exigiendo que entreguen una educación “verdadera” que se da gratis, que está llena de valores, que ellos como héroes deberían alcanzar, no importa todo lo que les cueste. Porque héroes de estos hay muchos, los he conocido y los quiero, llegan tarde a sus casas, enseñan con el ejemplo, duermen poco y sufren mucho. Todo el día están batallando.
No necesita a los niños en huelgas de hambre, mientras sus adultos, que deberían protegerlos guardan un silencio cómplice. Héroes pequeños. Mártires.
No necesita de adolescentes y jóvenes que detienen barricadas, mientras la policía golpea a otros adolescentes y jóvenes al interior de sus buses diciéndoles ¿te gustó salir a protestar? ¿Te vas a cansar de andar saliendo a la calle? Porque ellos son héroes del orden y la seguridad, muchos de ellos reciben medallas.
No necesita de hombres y mujeres que como héroes morales levantan sus discursos desde sus escritorios en bancos, en multitiendas, en termoeléctricas, que salen de sus oficinas a las 8 de la noche, porque ellos realmente sí trabajan, y dan trabajo a sus empleados y nanas, mientras toman sus autos y recorren la ciudad para llegar a sus condominios, temerosos de que los ladrones venga a asaltarlos, mientras han estado robándole al país el día entero. Héroes de la calma y la normalidad.
No necesita a niños que como perros abandonados esperan a las orillas de las movilizaciones que observan lejanas, mirándolas como ven los perros, en blanco y negro, esperando el mejor momento para salir a morder porque se les ha dicho que en este país somos libres, libres de tener todo lo que queramos, y ellos no tienen nada más que rabia. Rabia que los convierte en héroes delante de su propia manada.
En el país que quiero nadie es héroe. Los niños aprenden y se equivocan, los padres aprenden y se equivocan, pero son padres y asumen su tarea de padres. El Estado permite que los niños aprendan y se equivoquen y los padres pueden todos asumir su tarea de padres, no se roba, no se roba en ninguna parte y no roba ni el estado, ni nadie porque además no hay nada que robar.
En el país que quiero nadie es héroe y las calles no tienen nombre.