Los medios y el bloque en el poder instalan el discurso de “los irresponsables de siempre”, atribuyendo los problemas a las acciones individuales de la población o desvían la atención de la catástrofe que estamos viviendo: ser el país con más contagios en el mundo. El estudio de Espacio Público señala que “el problema no es la gente”. Pero se queda corto: no es únicamente un problema de “diseño de cuarentena”, sino de las bases fundamentales del capitalismo chileno.
Hace meses, en la mayoría de los medios de comunicación se ha fortalecido lo que muchos años atrás Guy Debord denominó “la sociedad del espectáculo”. Este elemento tan presente para la Teletón, un partido de la selección o un terremoto, se ha potenciado desde el estallido social y ahora con la pandemia. En el caso de la televisión es posible ver distintos elementos.
En primer lugar, uno que otro especialista con sentido televisivo tratando de explicar, día tras día, básicamente nada (ya que nadie tiene mucha idea del virus). Luego, como segundo momento, los paneles se centran en analizar la contingencia, en la que a veces hablan de la desconexión de la “clase política” con la “ciudadanía”. Para ello recurren a una brillante idea: convocar a los mismos personajes políticos a los que se les asignaba un 2% de aprobación en la CEP de diciembre de 2019. Entonces, profundizando la desconexión, invitan a personajes de ultra derecha como María José Hoffmann, Marcela Cubillos o Iván Moreira; otros de la derecha “amable” o “autocrítica” como Joaquín Lavín, Mario Desbordes, Rodolfo Carter, Germán Codina, junto con algunos “progresistas del orden”, Francisco Vidal, Camilo Escalona, Ximena Rincón, Alvaro Elizalde, etc. ¡Genial!
Después, en un tercer momento, el desarrollo discursivo se centra en varios ejes. De un lado, analizar lo mucho o poco que ofrece el gobierno, dándose vueltas en acusaciones narcisistas que solo pueden importarles a ellos mismos: “tú gobernaste 20 años y no modificaste tal o cual ley”, “ustedes no nos dieron los votos”, “son una oposición obstruccionista”, “quieren que les demos un cheque en blanco y aprobar todo”. Y, por otro, desvían la atención respecto a lo fundamental, centrándose en la lista interminable de bochornos gubernamentales: las cajas, las declaraciones, las imprudencias, los funerales, los tics de Piñera, las cuarentenas, la inconstitucionalidad de las reformas parlamentarias, etc. En este juego unos critican, pero solo superficialmente, ya que en el fondo gustan de defender la República; los otros, se victimizan, “a Piñera le encuentran todo malo”, contratacan.
Otra buena parte del discurso se ha centrado en poner en escena el sufrimiento (habitual en el morbo de los medios); apelar a un espíritu nacionalista y patriota de “Chile ayuda a Chile”; o, lo más recurrente: dar seguimiento a las infracciones y vulneraciones al toque de queda en sectores populares, esto con periodistas en carros de policía que pretenden salvar al país con su rol fiscalizador: “Hey, ¿por qué anda en la calle? ¿Puede mostrarme su permiso?”.
Con todo, los medios y el bloque en el poder instalan el discurso de “los irresponsables de siempre”, atribuyendo los problemas a las acciones individuales de la población o, en su defecto, desvían la atención de la catástrofe que estamos viviendo: ser el país con más contagios en el mundo.
Hoy, al calcular los casos por cada 100 mil habitantes (es decir, los contagios proporcionales a la cantidad de habitantes), somos el país con más infectados con 1.338,9 por cada 100 mil personas; nos sigue Perú con 804,79, Estados Unidos con 714 y Brasil con 528,2.
En cuanto a la cantidad de fallecidos, al 23 de junio de 2020, Chile es el quinto país con más muertos por cada 100 mil habitantes con 40,43 fallecidos, esto sumando los 3069 casos no contabilizados originalmente. Con estas tristes cifras, solo estamos detrás de Gran Bretaña (64,72), España (60,53), Italia (57,39) y Francia (44,37), pero muy por delante de Brasil (24,48), Estados Unidos (37,05), México (17,9), Perú (25,71), Rusia (5,79), China (0,33) o India (1,04). Para complementar estas cifras, habría que considerar que todos los países que superan las tasas de mortalidad de Chile tienen al menos un mes más en el desarrollo de la enfermedad y ya atravesaron la primera curva, por lo que, de continuar a una tasa de 200 fallecidos por día, en un par de semanas quizás nos convertiremos en el país con más fallecidos de la primera oleada de contagios.
En este escenario catastrófico, ha existido una complicidad de buena parte de los medios de comunicación para desviar la atención del foco principal. Y si bien se ha dado cobertura a Alejandra Matus, CIPER o Espacio Público, quienes desde distintos lugares han cuestionado las cifras oficiales, esto representa solo un pequeño porcentaje de lo puesto en la pantalla en comparación a lo mencionado anteriormente.
¿Cómo llegamos a ser el país con peores cifras en relación a su población?
El estudio de Espacio Público en su último informe avanza en cuestionar que “el problema no es la gente”. Sin embargo, ello queda corto puesto que no es únicamente un problema de “diseño de cuarentena”, sino de las bases fundamentales del capitalismo chileno.
La desconexión profunda del bloque en el poder (voluntaria o no) respecto a la realidad es un elemento relevante que incide en el diseño de políticas. El mito de los “jaguares de América Latina” o el “muy buen país en un mal barrio” es una fantasía que aún vive en sus cabezas, desde sus casas, autos, colegios y universidades endogámicas. De esta forma, en todas las oportunidades, en cada estallido o conflicto social, reconocen haber entendido el “malestar” y empatizar con las “desigualdades” e “inequidades” de Chile. Sin ir más lejos, en octubre lo volvieron a reconocer, solo para volver a funcionar bajo los mismos esquemas desde marzo.
Así, el ex ministro de Salud señalaba: “Hay un nivel de pobreza y hacinamiento del cual yo no tenía conciencia de la magnitud que tenía”. Y entonces, ante la crisis, luego de una autoritaria y mortal soberbia, se preocupan y sienten con “humildad” los comentarios de informes como el de Bloomberg que no dice otra cosa distinta a lo señalado por décadas por los sectores populares movilizados. Y es que, claro, ¿cómo un gobierno conducido por un Presidente, que es una de las 800 fortunas más grandes del mundo según Forbes, podría actuar de otra manera?
El eje de análisis de clase aparece una vez más para mostrar cómo el capitalismo impacta y se vincula a las visiones y elecciones del bloque en el poder (desde su desconexión hasta sus sesgos ideológicos en las medidas que toman); en la implementación de diseños y políticas públicas; y en toda la amplia gama de condiciones estructurales que nos han llevado a ser el país con peores resultados. Solo como muestra, podríamos nombrar cinco grandes factores de clase incidentes en nuestros resultados Covid-19.
En primer lugar, el Estado, sin políticas de protección social, ni recursos ni políticas económicas, obliga al confinamiento en un país en el que la clase trabajadora no solo trabaja para la reproducción de su vida (agua, luz, comida, vivienda, abrigo), sino también para pagar deudas. Según cifras del Banco Central en 2019 un 74,9% de los hogares chilenos se encontraba endeudado, existiendo casi 5 millones de morosos en abril de 2020 según Equifax. Comenzar desde este punto es central, puesto que el sistema capitalista chileno se ha construido en base al rentismo extractivo y a la fusión entre el capital comercial y financiero sustentado en base a deuda y consumo interno. El confinamiento para los/las trabajadores no solo comienza con la preocupación sobre qué comer, sino también con las consecuencias de la morosidad (embargos, intereses, etc.). Esto puede abrir un gran eje de conflictos económicos y sociales, si es que millones deciden –individual, espontánea o colectivamente– no realizar más el pago de sus deudas.
En segundo lugar, hay un profundo elemento de clase en torno a los permisos a empresas, lo que no habla de otra cosa que de una cuarentena relativa que ha seguido manteniendo flexibilidad para el funcionamiento económico, responsabilizando a la población. El informe de Espacio Público es lapidario en ello: de más de 23 millones de controles, solo 98 mil personas han sido multadas sin permiso (0,5%). El gran porcentaje de personas en la calle, salvo excepciones, son personas con permiso y no serían “los irresponsables de siempre”. Solo en la Región Metropolitana 2,3 millones de trabajadores/as se ven obligados a salir a trabajar, es decir, más del 50% de la fuerza de trabajo, y eso concentrado principalmente en el segmento más pobre de la población.
En esta línea, semanas culpando a “las personas”, cuando 40 mil empresas de diversa índole declaran desarrollar bienes y servicios esenciales. Pese a todo, salvo entregar orientaciones generales y vagas, el gobierno se niega a tomar definiciones drásticas. Manuel Melero, presidente de la Cámara Nacional de Comercio, en una entrevista señalaba que todo puede ser esencial y que no puede regularse la libertad de las personas de elegir y consumir lo que ellas consideren esencial. Con ello, no hay nada realmente que paralizar, y entonces el problema estructural de esos 2,3 millones de trabajadores/as moviéndose a trabajar en Santiago se intenta cubrir con la fiesta e irresponsabilidad de uno que otro caso individual, realizando anuncios, endureciendo sanciones, aplicando multas y penas de cárcel y militarizando las zonas de cuarentena.
En tercer lugar, solo dentro del imaginario del bloque en el poder, el teletrabajo puede ser una alternativa ampliada. Lo es para los segmentos medios, pero en Chile (según INE) existen 2,8 millones de “trabajadores/as por cuenta propia”, 800 mil en Santiago, quienes mayoritariamente son personas expulsadas del mercado formal del trabajo, que generan algún mecanismo de subsistencia precario. En general, están vinculados al comercio: coleros, ambulantes, carros de sopaipillas, etc. A ello habría que sumar el 15,5% de desempleados en el Gran Santiago, quienes también buscan economías de subsistencia. Todos ellos, más la gran cantidad de trabajo asalariado no cualificado, no tendría posibilidad de optar al teletrabajo.
Y es que el teletrabajo también se distribuye desigualmente entre los distintos segmentos de la clase trabajadora. Si bien para la Subsecretaría de Telecomunicaciones casi 9 de 10 hogares tiene internet, solo el 50% es fija, siendo mayoritaria a través de celulares, lo que a su vez es de baja calidad, intermitente y reducida. Además, se debe considerar el acceso a aparatos tecnológicos y si ellos permiten en un hogar alternar estudios, trabajo y otras funciones. De esta forma, sumando cualificación del trabajo, tipo de trabajo y acceso tecnológico, tenemos que, según la encuesta IPSOS, a junio de 2020 el 13% de los sectores ABC1 ha tenido que salir de sus casas para trabajar, mientras que los sectores C3 y D/E han alcanzado cifras de 42% y 39% respectivamente. De esta manera, mientras el 48% del sector ABC1 ha realizado teletrabajo desde el inicio de la cuarentena, solo el 15% y 13% de los sectores C3 y D/E lo ha conseguido.
En este contexto, es posible ver cómo los sectores populares endeudados (“los irresponsables de siempre”) por cualificación, por trabajar al día o por acceso tecnológico, son los/las principales obligados a salir, tanto por esta cuarentena laxa que permite a empresas seguir funcionando como por ser trabajadores informales que requieren –sin permisos— salir a subsistir en ausencia de políticas de protección. A ello se suman largos tiempos de traslado, que en todas las comunas pobres de Santiago ronda en promedio los 60 minutos.
En cuarto lugar, los sectores populares, además de obligados a salir para vivir y a transportarse una hora diaria en promedio, viven en condiciones de hacinamiento. Según el Censo 2017, el 7,3% de la población vive en hacinamiento. Hace unos días, un estudio de Mapcity reveló que en 156.126 hogares de la Región Metropolitana se vive en condiciones de hacinamiento (7,2%), lo que supone que más de 2,4 personas comparten una habitación. El estudio muestra que, en términos absolutos, Puente Alto, Estación Central y Santiago son las comunas con más viviendas en hacinamiento, mientras que Independencia, Cerro Navia, La Pintana, Estación Central, Recoleta, Isla de Maipo, Lo espejo, Renca y Conchalí presentan porcentajes por sobre el 10% de hogares. En más de mil hogares las condiciones de hacinamiento llegan a cifras críticas de más de 5 personas por habitación. No sorprende que sean mismas comunas, las que lamentablemente poseen los más altos números de fallecidos al 20 de junio: Santiago (141), Puente Alto (231), Recoleta (165), La Pintana (123), Independencia (144)
En quinto lugar, los más pobres de la clase trabajadora, los obligados a salir a trabajar sí o sí, con largos traslados, y que viven en condiciones de hacinamiento con mayores riesgos de contagio y mayores dificultades para cumplir aislamiento y cuarentena, son los que tienen peores condiciones médicas de salud. Según un estudio de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Chile, los pacientes del sistema privado de salud demoran en promedio 3 días en obtener los resultados de PCR, mientras que los del sistema público 4,5, existiendo demoras de más de 14 días, lo que se traduce en mayores contagios debido al no acceso a licencia. A su vez, hace unos días CIPER identificó que la mortalidad de los hospitales públicos de enfermos Covid-19 duplica a la de las clínicas privadas, teniendo como ejemplos más extremos las tasas de mortalidad del hospital de Padre Hurtado (25,1%) versus la Clínica la Condes (5%). Y claro: el gasto per cápita de los usuarios de salud privadas es más del doble de la pública.
Con ello, si bien aparentemente existe una red única de salud para enfrentar la pandemia, la realidad indica que salvo traslados en casos extremos (y oportunos) los sectores pobres y hacinados, además de tener mayores problemas de morbilidad y un largo historial de acceso precario a salud, se atienden tarde en un sistema público colapsado, en el centro asistencial más cercano, con un riesgo mucho más alto de fallecimiento.
En síntesis, más allá del esfuerzo del bloque en el poder de posicionar la responsabilidad a niveles individuales, no pueden seguir escapando a la discusión central sobre el modelo capitalista que han construido y siguen defendiendo.
¿Tan rápido se les olvidó lo que provocó el 18 de octubre? No lo duden: la vida post cuarentena y la gran crisis económica, política y social que le preceda, se los volverá a recordar fuertemente.