Fuente: Le Monde Diplomatique
Cada 25 de noviembre conmemoramos el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la(s) Mujer(es) “la historia de este día se remonta al 25 de noviembre de 1960 cuando las hermanas Mirabal -Patricia, Minerva y María Teresa- fueron asesinadas por el servicio de inteligencia militar del régimen dominicano de Rafael Trujillo” (Brito, Basualto, Berríos, 2019, p. 1). Hacemos presente la historia para no olvidar a estas mujeres y tantas otras que han perdido sus vidas con la expectativa que las reclamaciones permitan activar conciencias de personas e instituciones de Estado para erradicar las violencias en el mundo público y privado, considerando que las instituciones están impregnadas de patriarcado y machismo megalomaníaco, cumpliendo cabalmente el mandato hegemónico masculinista. “Este flagelo queda de manifiesto de manera material o simbólica, lo que significa excluir, minimizar, clausurar, negar, desconocer los talentos, ningunear, es decir la misoginia activada como una máquina que no se detiene” (Brito, Comelin, Basualto, 2023, p. 1).
La depredación, tiranía y megalomanía masculinista del poder se esparce y propaga como una peste negra que no se erradica por conveniencia o porque la ejecución de las leyes son blandas o, también porque quienes deben aplicarlas hacen caso omiso al impacto profundo que estas violencias tiene en la vida de las personas mujeres y niñas. Lo anterior, devela la falta de interés, voluntad y compromiso de la ideología dominante, su ética y sus instituciones para alcanzar igualdad y equidad entre las personas.
Utilizamos el concepto de megalomanía masculinista pues, alude a una perturbación de la personalidad en el que un individuo se obsesiona con el poder y la dominación social. Etimológicamente proviene de los términos griegos “megalo”, referida a grandeza y poder, y “manía” vinculada al delirio. Se relaciona con comportamientos de tipo narcisista, arrogancia, orgullo, egoísmo y una falta implacable de empatía (Martínez, 2021). Por lo tanto, la megalomanía masculinista refiere a la arrogancia propia del patriarcado cuya actitud de omnipotencia frente a la mujer o lo femenino, le hace capaz de cualquier conducta vejatoria que puede llegar hasta el femicidio. Lo más grave es que la megalomanía masculinista destruye vidas de mujeres y su entorno, creando una percepción de inseguridad y vulnerabilidad, produciendo un abismo imposible de cruzar donde se mata el amor, la confianza, la autonomía y la vida. Incluso, la misma megalomanía masculinista, es la que permite que tantas mujeres no denuncien, pues destruyen su propia capacidad de discernimiento al hacerlas sentir culpables de sus propias reacciones de violencia; esto les permite quedar impune porque logran el silencio de las victimas ya sea por temor, vergüenza o amenaza.
La megalomanía masculinista se expresa de diferentes formas. En las últimas semanas hemos observado en los medios de comunicación que, desde los dispositivos de Estado, desde el deporte, desde los medios de comunicación y artísticos, desde los espacios privados y públicos se evidencia cómo las complicidades de la megalomanía del poder se imponen por la fuerza a través de abusos y violaciones. Estos machos para lograrlo utilizan drogas para hacer perder la voluntad de las mujeres y abusar de ellas. Lo peor, es que los bares se coluden con sus clientes habituales de los cuales reciben su coima, haciéndolos cómplices del abuso sexual y quedando totalmente impunes. Cada vez es más común estas prácticas haciendo de estos espacios lugares peligrosos donde las mujeres ni siquiera pueden beber con tranquilidad para disfrutar un momento de esparcimiento. Este proceder es impresentable, pues demuestra la incapacidad del varón de conquistar a una mujer a través de los canales propios de las relaciones interpersonales sanas y propiamente humanas.
Estamos cansadas de decir “cuídate”, “llama cuando llegues”, “comparte tu ubicación”, entre otras expresiones que aluden al auto cuidado y cocuidado, como formas de hacer frente a las actividades que las mujeres realizamos a diario, tanto en el espacio público como en el privado. Pareciera que no podemos habitar ningún espacio seguro, puesto que, en el ambiente laboral, según las cifras del presente año, el 11% de las mujeres en Chile declaró haber sufrido acoso sexual en sus trabajos y un 73% señala no haber denunciado (El Mostrador, Braga, 2024). A esto se añade las denuncias de violencia intrafamiliar donde la mayor denuncia son lesiones (35,14 %), seguido por las amenazas (32,91 %) y el maltrato habitual (16,31 %) (Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres, 2024), además del femicidio que en el presente año alcanza a 39 consumados y 260 frustrados, siendo ésta última la cifra más elevada de los últimos diez años (Sernameg, 2024). Toda vez que el patriarcado con su megalomanía masculinista ve amenazada su predominancia arremete con más fuerza, lo que se ve facilitado por la falta de articulación, debilidad y corrupción de los sistemas y la institucionalidad.
En este día recordamos a tantas mujeres que engruesan una interminable lista de víctimas de la violencia patriarcal. En todos estos casos se interpela a las autoridades a aplicar todo el rigor del marco legal chileno -Ley integral de violencia, ley Gabriela, ley de violencia intrafamiliar, Ley Antonia, ley Karin- que se ha diseñado para prevenir, sancionar y erradicar este tipo de violencia. La aplicación efectiva de estas leyes depende de diversos factores, como la capacitación de los operadores de justicia, la coordinación entre las instituciones y la sensibilización de la sociedad en general. Se necesitan penas ejemplares y también prevención a través de planes educativos en el contexto escolar, educación superior, mundo del trabajo, gobierno local, organizaciones sociales territoriales y funcionales, entre otros. Es importante hacer efectivo en los planes del Ministerio de educación relativo a la sexualidad, afectividad y género, trabajar el consentimiento y la resolución de conflicto entre las parejas socio-afectivas, además de tratar el problema de la violencia contra las mujeres. Lo mismo sucede con las oficinas de género en la educación superior, puesto que es muy importante que no sólo se constituyan en canales de denuncia sino de formación para una vida libre de violencia. A su vez, en el mundo adulto no se puede dejar de prevenir, pues la mayor cantidad de femicidios se da en mujeres entre los 30 a 44 años y la gran mayoría de los hombres agresores su edad fluctúa entre los 30 y los 75 años (Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres, 2024).
El desafío es entonces a no bajar los brazos y seguir persistiendo desde todos nuestros espacios posibles, sobre la eliminación de estas y otras tantas violencias que se invisibilizan por estar naturalizadas, tales como el techo de cristal, por nombrar una que sigue quedando agazapada por la desidia de quienes ostentan el poder.
El desestimar o no asumir el protagonismo de las denuncias de estas y otras violencias nos hace cómplices de las consecuencias, por tanto, el silencio no es una opción posible.