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Opinión | “La ciudad de la reproducción” por Miguel Pérez

El director de la carrera de Antropología, Miguel Pérez, reflexiona sobre el concepto de ciudad y esferas pública/privada en contexto de pandemia, así como sobre las implicancias que tiene esta crisis en el rol del hogar y las labores de cuidado en la reproducción cotidiana de la vida urbana.

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La crisis sanitaria en que estamos inmersos ha llamado a intelectuales y planificadores urbanos a reflexionar sobre el devenir de aquel asentamiento “relativamente grande, denso y permanente de individuos socialmente heterogéneos”, diría Louis Wirth en a fines de los 1920’s, que llamamos ciudad.

En prácticamente todo el mundo las grandes ciudades se han vaciado ante la necesidad, o más bien urgencia, de confinarnos para resguardar nuestras vidas. ¿Es posible hacer ciudad, se han preguntado muchos, desde la relegación en la unidad doméstica? Ya no hay aglomeraciones peatonales y, en el mejor de los casos, la infraestructura productiva (oficinas, comercios, fábricas, etc.) funciona parcialmente. Al estar clausurada nuestra posibilidad de transitar por la ciudad, salta a la vista la importancia de la interacción pública en el modo en que construimos nuestra experiencia cotidiana.

¿No serán los efectos de la pandemia—por ejemplo, trasladar las obligaciones productivas a la esfera privada—un anuncio del inexorable desplome de la concepción moderna de ciudad? Cualquier intento por responder esta pregunta caería, pienso, en un ejercicio fútil de futurología. Lo que, sin embargo, me parece imperioso es problematizar las formas en que hemos afirmado cultural, política y económicamente la realización de un proyecto de vida urbana que concibe el espacio público como su máxima expresión. Me refiero, específicamente, al trabajo doméstico y de cuidado no remunerado, aquel conjunto de labores llevadas a cabo en la privacidad de los hogares sobre las que se erige el funcionamiento de las ciudades y sus posibilidades de reproducción.

Un estudio reciente de Comunidad Mujer ha estimado que 22% del PIB Ampliado proviene del trabajo doméstico y de cuidado no remunerado[1]. Sin embargo, cuando a los hombres se nos invita a reflexionar sobre la pandemia y sus efectos urbano-territoriales, sorprende las pocas referencias a tales actividades, quizá por asumir autocomplacientemente que la ciudad debe su existencia a sus dinámicas públicas. Pero lo cierto es que el confinamiento en el hogar que ha impuesto esta crisis sanitaria nos ha recordado la importancia cotidiana de tareas como criar, planchar, cocinar, limpiar, servir, atender, etc.; labores que, con o sin COVID-19, son indispensables para la satisfacción de nuestras necesidades más básicas. La pandemia, además, ha visibilizado el carácter eminentemente feminizado de estos quehaceres, al tiempo que ha hecho notoria las desigualdades que aquejan a quienes viven en contextos de mayor precariedad. ¿Quiénes, y bajo qué condiciones, cuidan a niños, viejos y enfermos, ya sea en su propia familia o en otras? Invito a todos los lectores hombres de esta columna a que, en la serenidad del confinamiento, estimen cuánto tiempo dedican a labores de cuidado y lo comparen al que destinan mujeres cercanas (madres, hermanas, parejas, etc.).

¿Desde y hacia dónde se desplazan aquellas mujeres que hacen del trabajo doméstico su fuente de ingreso principal? Igualmente, conmino a los lectores a medir los tiempos de traslado del personal de aseo que continúa trabajando en condominios, edificios de departamentos, oficinas, supermercados o farmacias, así como a imaginar la suma de tareas que, terminado el turno laboral, les espera en casa.

De acuerdo a la CASEN, en Chile las mujeres son, en promedio, más pobres por ingreso que los hombres (9% versus 8,2%, respectivamente). Además, un tercio de ellas no cuenta con ingresos autónomos, versus el 12,9% en el caso de los hombres.  ¿Quiénes, entonces, están en condiciones de mayor vulnerabilidad ante la inminente recesión económica producto de la pandemia?

La imagen romántica e idealizada de lo público como instancia privilegiada para la realización de la vida urbana no solo oscurece nuestra capacidad de comprender la esfera privada/reproductiva, sino que también refuerza la desigualdad de estatus y roles asignados a hombres y mujeres.

Reflexionar sobre la crisis sanitaria solo a partir de sus implicancias en la esfera pública no hace justicia con quienes, a partir de su trabajo doméstico y de cuidado, hacen posible el funcionamiento de la ciudad. En ese sentido, la propagación planetaria del COVID-19 debiera entenderse menos como una amenaza al ideal público de las ciudades que como una oportunidad para repensar tanto la distinción misma entre lo público y lo privado como el papel que ocupa cada uno de nosotros en la reproducción cotidiana de la vida urbana.


[1] http://www.comunidadmujer.cl/biblioteca-publicaciones/wp-content/uploads/2020/03/Cu%C3%A1nto-aportamos-al-PIB.-Estudio-de-Valoraci%C3%B3n-Econ%C3%B3mica-del-TDCNR-en-Chile.pdf

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