Mucho más que meros artefactos, las ollas permiten desplegar múltiples lecturas en torno a ellas, especialmente en este convulso escenario en que nos encontramos. Acá cinco propuestas.
Sumisión: las ollas para cocinar
Con las ollas se cuecen alimentos en la cocina, uno de los lugares donde históricamente las mujeres han sido recluidas. En este caso, las ollas se ubican como objeto representativo de los quehaceres domésticos que han subyugado a las mujeres, a la vez que el acto de cocinar como una obligación dentro de sus roles de género.
Desde los estudios de género, justamente, se remite a las ideas de «lo crudo» y «lo cocido» como parte de lo que se conoce como el sistema sexo/género. Aquí, el primer concepto remite a la dimensión biológica, a los cuerpos que diferencian entre hembras y machos a partir de su genitalidad. La segunda noción, en tanto, refiere a la dimensión sociocultural, a los roles que se establecen sobre la diferenciación sexual, en tanto “funciones que cada sociedad le asigna a esos rasgos físicos, a esos atributos y funciones asociados a lo anatómico [lo crudo]. Lo que importa es entender cómo se define la diferencia entre los sexos porque esa relación ha venido cambiando. La diferencia entre los sexos ha sido construida de diversas maneras. La diferencia misma es ‘cocinada’ culturalmente” [1].
Subsistencia y resistencia: las ollas comunes
Como un deja vú, las cacerolas reaparecen en escena transformadas en ollas comunes en tanto respuesta al hambre. Tal como ocurriera en distintos momentos del siglo pasado (años ‘20 e inicios de los ’80) la falta de alimentos afecta nuevamente a grandes sectores de la población. Numerosas personas de distintas zonas del país se organizan para responder con solidaridad a las injusticias estructurales que ha puesto en evidencia la pandemia. Las ollas comunes son también la respuesta ante medidas asistencialistas e insuficientes por parte del gobierno, que sin ninguna planificación previa informó sobre la entrega de dos millones y medio de cajas de alimentos para los hogares más pobres o en condición de vulnerabilidad. Cajas que, por cierto, aún no terminan de entregarse, habiendo transcurrido más de un mes desde que fueron anunciadas con bombos y platillos.
Estas ollas representan no solo una alternativa para paliar el hambre, sino también la respuesta dignificante y oportuna de quienes, no teniendo mucho más, se organizan para compartir lo que reúnen y hacen crecer al ponerlo en común. “Solo el pueblo ayuda al pueblo”, se lee y se escucha en estos días. Gracias a las ollas comunes miles de personas subsisten y resisten en este Chile que alguna vez se creyó jaguar [2].
Resistencia: las ollas para cacerolear
Las ollas sirven también para hacer ruido, para protestar colectivamente, ya sea en la calle o desde las casas. Aquí las ollas son instrumentos de protesta sonora para la manifestación del descontento.
Tal como ocurría en dictadura, a partir del 18 de octubre de 2019 vuelven a sonar ollas, sartenes y cucharas de madera en los hogares, desde las ventanas, balcones o terrazas. Comienzan en los días de toque de queda post 18-O como un grito desesperado, nacido de la indignación por tantas décadas de injusticias sociales enmascaradas en un falso bienestar y estabilidad. Estas ollas resonando por todo lo alto, mostraron lo lejos que estábamos del supuesto oasis que anunciaba un Presidente ajeno a la realidad del país que cree gobernar.
Si bien es cierto los cacerolazos comenzaron durante el gobierno de la Unidad Popular, por parte de mujeres de clase alta opositoras a éste [3], con la llegada de la dictadura se resignifican para mostrar el descontento contra el régimen militar. También representan la resistencia frente a medidas represivas y de atropello a los derechos humanos, como el estado de sitio, el toque de queda o la censura. Cuando era imposible manifestarse públicamente, lo posible era cacerolear desde los hogares, generalmente por las noches y con luz apagada.
Desorden y confusión: la olla de grillos
Sin lugar a dudas, esta cacerola está en el gobierno, especialmente en Salud e Interior. La puesta en marcha del programa “Alimentos para Chile” es tal vez la muestra más nítida de esta expresión. Parte con una proclama presidencial grandilocuente un domingo por la noche, al que le siguen confusos mensajes de parte de distintas autoridades sobre los destinatarios de las cajas, o respecto de cómo y cuándo llegarán a éstos. El contenido es una incógnita hasta que se filtran informaciones que dan cuenta de su baja calidad nutricional. Los intendentes y alcaldes se van enterando por la prensa de su incorporación a la gestión de distribución de los alimentos, con el consiguiente festival de números que posiblemente tocarán por región y comuna. A esto se suma la confusión sobre el criterio de entrega de las cajas, que si una por casa, una por predio, una por hogar, determinada cantidad por manzana, etc. Las autoridades gubernamentales dicen y se desdicen con muchísima más celeridad que lo que tardarán en llegar las cajas finalmente a los hogares.
La olla de grillos se refleja también en la opacidad que cubre a los contratos para la adquisición de los elementos contenidos en las cajas, así como también sobre los costos de envío y de entrega. Con el paso de las semanas sabremos que en esa olla se cocinaron negociados –con grillos incluidos-, se pagaron favores, se benefició a amigos o familiares, entre otros. Pero no solo se formó una olla de grillos al intentar responder a los problemas del hambre. En rigor, la mayor de estas cacerolas está en el Ministerio de Salud. Que si cuarentenas parciales, dinámicas u obligatorias. Que si en unas comunas, que si en otras, que si en media comuna, que si en un cuarto; todo a gusto del empresariado, por supuesto. Que si el virus se pone buena persona, o dije, como decían las abuelitas. Que si nueva normalidad, que si retorno seguro, que si café con amigos, que mejor quédate en casa; todo a gusto del consumidor, porque si no le gusta con sal, pues le quito la sal, ya está. Que carnet Covid, que mejor no, que sí en el futuro, que mejor cambiamos de tema; eso o todas las anteriores. Que si los contagiados, recuperados y fallecidos se cuentan con una mano, con dos, con cuatro, con calculadora o con ábaco. En fin, para qué seguir, si la olla de grillos sigue en plena ebullición en las dependencias gubernamentales y seguramente se le irán incorporando más ingredientes.
Explosión: la olla a presión
Cómo no, la olla de grillos está ahora en modo olla a presión amenazando con explotar (nuevamente). Porque a las cuentas pendientes del estallido social de octubre pasado se ha sumado el desastroso manejo de la pandemia por parte de la autoridad política y sanitaria, signado por el actuar indolente, opaco e incoherente de éstas. Si googleamos por qué explota una olla a presión, las respuestas apuntan unánimemente a un error de llenado, o sea, a haber introducido en ellas más alimentos y agua para cocción de lo recomendado por los fabricantes. Llevados al actual escenario, se comprende perfectamente que esta olla vaya a explotar, puesto que “no son treinta pesos, son treinta años”; es imposible que tres décadas de injusticias, desigualdades, represión y desprecio a la ciudadanía de a pie, no estallen por los aires. Ni Friedman –el fabricante- podría impedir la segunda parte de la debacle que se avecina.
Por ahora esta olla sigue a fuego medio. Pasará el invierno, el frío, agosto y la enorme estela de muertos. Llegarán los primeros rayos de sol de la primavera y estaremos, casi sin darnos cuenta, nuevamente a 18 de octubre.
Referencias:
[1] Kemy Oyarzún, Entre lo crudo y lo cocido: sistema ‘sexo-género’. En Labores de género. Modelo para rearmar el trabajo.
[2]https://ciperchile.cl/2020/06/19/desigualdad-y-ollas-comunes-para-combatir-la-pandemia/; https://www.elsiglo.cl/2020/05/22/reportaje-la-irrupcion-de-las-ollas-comunes/
[3] http://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-100709.html
Paulina Morales A.
Académica Universidad Alberto Hurtado