El siglo XX fue testigo de importantes avances en las condiciones de vida de los chilenos. Si el inicio del período se había caracterizado por la preocupante realidad asociada a la denominada cuestión so-cial, las décadas venideras estarían marcadas por una vigorosa trayectoria de progreso: las tasas de mortalidad general e infantil cayeron estrepitosamente y la esperanza de vida aumentó de forma soste-nida, al igual que la estatura de los niños y adolescentes, particularmente en los segmentos más vulne-rables1. La desnutrición constituía uno de los factores cruciales detrás del negro escenario a inicios de siglo, y el flagelo permanecería vigente por varias décadas. Así, por ejemplo, en su seminal investigación para la Sociedad de las Naciones, Dragoni y Burnet (1938) concluían que la mitad de la población adolecía de una dieta que no alcanzaba a satisfacer las necesidades nutricionales mínimas del organismo. Sin embargo, en este ámbito también se registrarían cambios radicales. A partir de los años cuarenta, el consumo calórico de la población experimentó un crecimiento significativo que permitió que hacia mediados de la centuria se superara, en promedio, el requerimiento fisiológico mínimo de calorías dia-rias. Al mismo tiempo, la prevalencia de la desnutrición declinó, especialmente a partir de la década de los sesenta. Sumadas a la evidencia antropométrica, estas tendencias sugieren, además, que los avances se concentraron en los estratos populares. Sin embargo, y pese a que la literatura no tarda en reconocer estos notables progresos, no se ha explo-rado en profundidad qué tan gravitante fue el rol que le cupo al Estado en la lucha contra la desnutri-ción desde una perspectiva que, a la vez, se aboque a dilucidar el eventual impacto de los cambios en el poder adquisitivo de la población. En efecto, cabe preguntarse: ¿qué sostuvo el crecimiento del consu-mo alimentario y la disminución de la desnutrición? Dos posibles explicaciones –complementarias, por cierto– pueden dar luces en torno a esta cuestión. Primero, que las políticas alimentarias emprendidas por el Estado a lo largo del siglo –inéditas en la historia del país– se hallan a la base de estas mejoras, por cuanto contribuyeron directamente al suministro calórico de la población, sobre todo de las capas populares. Segundo, que estos avances tienen su origen en una evolución positiva del gasto alimentario per cápita, situando, así, la raíz del progreso al interior de los hogares. En el contexto de dichas hipótesis, este trabajo está orientado a urdir una narrativa que responda a la interrogante planteada. Con este fin, la integración de análisis cualitativos y cuantitativos será crucial para darle un sustento empírico a la línea argumentativa aquí expuesta. Cabe precisar, empero, que ante las limitaciones de datos que supone una exploración de esta índole, la presente investigación se apo-yará de forma esencial en reflexiones de carácter histórico. La contribución esencial de este trabajo se halla, entonces, en la convergencia de los hallazgos cuantitativos de carácter económico y los matices cualitativos que la historia aporta, en una única narrativa que entrama una visión más completa de la realidad. Es en esa visión donde reside el peso argumental de este estudio. En una primera exploración, centrada en la segunda mitad del siglo XX, nos abocaremos a examinar la evolución del gasto alimentario de los dos primeros quintiles de hogares a partir de la Encuesta de Pre-supuestos Familiares (EPF), una encuesta de frecuencia decenal realizada por el Instituto Nacional de Estadísticas de Chile (INE) desde 1957. La EPF estudia la distribución del gasto de los hogares, propor-cionando información sobre el monto que estos asignan a distintos bienes, incluyendo los productos alimenticios. La serie obtenida sugiere que entre 1957 y 1988 el gasto alimentario real per cápita cayó en torno a un 10% en los dos primeros quintiles, tendencia que se revertiría entre 1988 y 1997, lapso en que creció en casi un 80%. Esta evidencia resulta robusta si el ejercicio se focaliza en los productos lácteos y en la leche en particular. Por otro lado, como medida adicional de robustez, se estudia la evolución de los salarios. Los resulta-dos indican que la tendencia de crecimiento de los salarios reales sólo fue significativa en las décadas de los sesenta y de los noventa, constituyendo evidencia complementaria de que el escenario al interior de los hogares no pareció ser auspicioso durante buena parte del período analizado y que, por lo tanto, las mejoras en la nutrición de los chilenos no hallan su fundamento central en los presupuestos familia-res. En virtud de lo anterior, la institucionalidad y las políticas públicas en esta materia ocupan un sitial fundamental. Como nunca en su historia, el Estado chileno empezó a ejercer, en el siglo XX, un rol activo en la lucha contra las principales afecciones de las clases populares, desarrollando, por un lado, políticas públicas que respondieron directamente a aquellos ámbitos donde las falencias saltaban a la luz y forjando, por otro, un aparato institucional que hacía eco también de aquellas necesidades. La desnutrición, por cierto, ocupó un sitial especial en la cruzada estatal por la mejor calidad de vida de la población.