Los árboles se repliegan para proteger sus brotes a la espera del calor y la luz. No en vano es la noche más larga del año. De aquí en adelante habrá cada día un poco más de sol. Mientras tanto Wünelfe -Venus- atravesará el cielo. De las cordilleras bajan caudalosas las aguas, quizás no como antes, pero los ríos, esteros, las cascadas y hasta los chorros de agua que disparan las rocas son signo inequívoco del renuevo.
Quien pase rápido y extranjero en tierra mapuche se vuelve ignorante de la intensidad con que el mundo se contrae para abrir el nuevo ciclo. Y piensa que solo se trata de un celebración más, un wetripantu, un año nuevo, pero no la regeneración de la vida.
Para saber lo que ocurre es preciso bajar de los autos, prestar atención a la garúa y al viento, a las hojas de los árboles y, sobre todo, al movimiento de las aguas. Para entender es necesario hermanarse, aprender de quienes sí saben acerca de las contracciones y distensiones del mundo, allegarse a las y los habitantes del extenso Wallmapu.
Para comprender los procesos vivientes, es preciso sumarse a la comunidad de familiares, parientes e invitados que se agrupan para aguardar el retorno del día, aunados en torno al fuego y acompañar, entre epeus y recuerdos, el lento despliegue del día. Se necesita hacerse a la madrugada y hundirse en las aguas de los esteros. Hay que conocer los signos que convocan al nuevo tiempo. Y las y los afortunados que los vean, son convocados a la purificación y a la vida, a la recuperación de los sentidos que Occidente hace mucho que olvidó.
Es el tiempo del Wiñoy Tripantu.