El trabajador social y académico Isaac Ruiz es uno de los primeros tres doctores en Trabajo Social formados en Chile. Su investigación pone en el centro la participación política de niños, niñas y adolescentes (NNA), cuestionando los límites de los marcos institucionales actuales y proponiendo criterios concretos para avanzar desde una participación simbólica hacia una actoría con incidencia real.
Para Ruiz, alcanzar este grado no fue solo un logro personal, sino también un paso en la consolidación de la disciplina en nuestro país. “El doctorado fue una escuela de paciencia intelectual. Llegué con una trayectoria marcada por la docencia y la intervención, y el programa me obligó a podar, a acotar, a sostener una pregunta hasta el final. Ese ejercicio me cambió la manera de leer el mundo: hoy no me conformo con ‘buenas intenciones’, necesito trazabilidad entre lo que se dice, lo que se hace y lo que efectivamente cambia”, señala.
Infancia como interlocutora política
Su tesis doctoral estudió cómo el discurso adulto-institucional configura las condiciones de posibilidad para la participación política de NNA en Chile, en el contexto de la Ley 21.430 y de un ciclo reciente de crisis y reacomodo institucional. Desde el Análisis Crítico del Discurso (ACD), siguió la ruta que va del texto a las prácticas y sus efectos sociales.
“El resultado muestra un patrón: la participación suele administrarse a través de procedimientos, portavocías y coordinaciones que ordenan la voz infantil más que habilitar su incidencia. Eso produce una participación de baja intensidad, útil para legitimar, pero débil para transformar”, explica.
Su aporte se articula en tres niveles. En lo conceptual, define este patrón como un pluri-sistema de dominación —neoliberal, patriarcal, colonial y adultocéntrico— que ayuda a entender por qué el reconocimiento formal no se traduce siempre en poder efectivo. En lo operativo, propone una definición de actoría con umbral de incidencia verificable —co-decisión acotada, organización infantil, continuidad y cambios trazables— que permite medir prácticas concretas. Y en lo profesional, traduce esos hallazgos en criterios para diseñar dispositivos de participación con poder: agendas co-definidas, devoluciones obligatorias y ajustes verificables en reglas, tiempos o recursos.
En síntesis, desplaza la conversación desde la “participación para la foto” hacia la actoría incidente.
Desafíos y aprendizajes
El camino no estuvo exento de retos. Uno de ellos fue teórico: articular categorías como biopolítica, colonialidad y adultocentrismo sin caer en lecturas que quitaran agencia a la infancia. “La síntesis que propongo es la de una gubernamentalidad colonial adultocéntrica, que muestra cómo las instituciones protegen y normalizan a la vez, pero también abre espacio a contra-conductas y ventanas de co-decisión”, comenta.
El otro desafío fue metodológico: transformar esa reflexión en análisis verificable. Para ello, construyó un paso a paso con ACD, con codificación sistemática y un umbral operativo de actoría. “Cada inferencia en el capítulo de resultados está anclada en marcas lingüísticas y en efectos observables. Eso permitió ordenar un patrón que ya estaba en los datos”, agrega.
El oficio de investigar
Ruiz destaca que lo más valioso del programa fue consolidar un oficio: “Aprendí a acotar un objeto complejo, sostenerlo teóricamente y volverlo analizable con herramientas claras. Los seminarios me obligaron a pasar de grandes temas a preguntas precisas, y la práctica del ACD me dio trazabilidad: del texto a las prácticas y a los efectos sociales”.
También valora la estructura del doctorado, que combinó seminarios, entregas periódicas y un acompañamiento académico exigente y cercano. “Esa tríada hizo que el proyecto no solo fuera defendible, sino transferible a la enseñanza, la intervención y la investigación futura”, señala.
Más allá de la academia
Hoy, Ruiz ejerce como Analista de Implementación de Oferta en el Servicio de Protección Especializada de la Región del Biobío. Desde ahí busca aplicar lo aprendido en su investigación: “No se trata de que los NNA sean escuchados solamente, sino de que su voz deje huella en lo público. Por eso me pregunto en cada proceso: ¿qué parte del qué y del cómo fue co-definida con NNA?, ¿dónde está la huella del cambio?, ¿quién responde y en qué plazo?”.
Haber alcanzado el grado doctoral, afirma, no es una medalla, sino una responsabilidad: “Usar el rigor para abrir espacios de co-decisión protegidos y graduales, y medir si lo logramos”.
Proyección y consolidación de la disciplina
Mirando hacia adelante, proyecta una agenda con tres frentes: investigación aplicada sobre dispositivos de participación infantil, docencia y formación de equipos con metodologías prácticas, y producción académica que profundice la síntesis teórica que trabajó.
“Este doctorado aporta lo que la disciplina necesita para madurar: investigación con filo conceptual y consecuencias prácticas. Nos enseña a pasar del derecho proclamado a la condición de posibilidad real, del discurso a la práctica, del procedimiento a la incidencia”.
En su visión, el Doctorado en Trabajo Social de la UAH no solo abre camino en Chile, sino que consolida a la disciplina como campo académico y profesional: “Ayuda a que el Trabajo Social deje de explicar solo por qué las cosas pasan, y se haga cargo también del cómo cambiarlas, con criterios claros y medibles. Esa es la mejor contribución que podemos hacer en la intersección entre saber, política pública y vida cotidiana”.
Conoce más del programa en: https://postgrados.uahurtado.cl/programa/doctorado-en-trabajo-social/