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COLUMNA | “Día del Patrimonio: invertir el sentido común de lo patrimonial” por Javiera Bustamante

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Fuente: El Mostrador

Desde 1999, cada último domingo de mayo se celebra el día del Patrimonio Cultural de Chile, fecha que con los años fue tomando una inesperada audiencia que nos sorprendía con la imagen de largas filas que esperaban horas para entrar a edificios cívicos, históricos y culturales del centro de Santiago, como el Ex Congreso, el Palacio de la Moneda o el Palacio de los Tribunales de Justicia. Un día de conmemoración y expectación para una parte importante de la población que pareciese haber consumido por un solo día un trozo del vasto repertorio patrimonial que históricamente ha pertenecido a la elite política y económica más conservadora de este país. Lejos de sus barrios y localidades de origen, el acceso y disfrute a estos bienes simbólicos de nuestra historia y memoria nacional, se ejercía en el derecho a acceder a estos bienes públicos y sociales que, concentrados mayoritariamente en las urbes y centros urbanos, se mantienen hasta hoy distantes, geográfica y simbólicamente, de la gran mayoría de la población. Pero los últimos tiempos nos han enseñado que el patrimonio no es tan sólo importante en este día especialmente dedicado a él, sino que su trascendencia se juega en una larga lista de procesos y circunstancias que nos revelan que los individuos, las comunidades y el patrimonio mantienen una relación compleja con su pasado que hace que los bienes patrimoniales sean cruciales en los tiempos presentes.

Una creciente demanda de protección de edificios históricos que busca, entre otras cosas, frenar el hambre inmobiliario en barrios antiguos y tradicionales, el engrosamiento del registro que reconoce manifestaciones patrimoniales inmateriales, la consolidación de investigaciones participativas para hacer parte a los y las cultoras de las investigaciones de las cuales son objeto, la apertura de un Fondo Concursable dirigido especialmente a la investigación, registro y rehabilitación, el incremento de programas de especialización para técnicos y profesionales que desde sus nichos laborales y militantes adquieren herramientas teóricas y metodológicas para trabajar en sus comunidades y por supuesto, el debatido y cuestionado Proyecto de Ley de Patrimonio Cultural ingresado en 2019 al Congreso Nacional, son sólo algunos ejemplos que exponen con claridad, que no tan sólo en nuestro país, sino que a nivel global el patrimonio se ha convertido en uno de los campos más influyentes en la vida cotidiana, política, social y cultural de las personas.

Pero en este camino también abundan de forma exponencial los cuestionamientos a su concepción, uso y gestión. Distintas acciones contra patrimoniales conforman un espesor activo que ya no siempre le venera y disfruta, y que, por el contrario, el patrimonio desde hace algunos años se vuelve objeto de intervención, disputa, resignificación y destrucción. Patrimonios religiosos, militares y oligáricos que, atacados sobre todo a partir de la revuelta popular de 2019, nos hablan de un fenómeno de tensión y ofensiva contra los símbolos hegemónicos, representados por el patrimonio tradicional, monumentalista y decimonónico (Rosenmann, 2021). Se trata de un fenómeno político, en donde el patrimonio material institucional u “oficial”, parece haber perdido esa relevancia que históricamente había sabido conservar. Los séculos de profesionales, los gobiernos locales y el Estado han teñido las acciones de vandalismo, crimen e irracionalidad, en contrapunto, para quienes buscamos comprender las razones, efectos y afectos que hay en estas disputas, no puede sino resultar del todo esperable y necesario, que el patrimonio cultural sea cuestionado en su régimen de historicidad y materialidad. La subversión hacia el patrimonio por parte de la sociedad civil clausura la tranquilidad del relato que subyace en este patrimonio institucionalizado, poniendo en tensión la cuota de memoria e historia que éstos buscan transmitir, y lo hacen interviniendo ahí donde más incomoda a la política patrimonial: en las materialidades, en sus superficies y fachadas, desbordando las narrativas sobre heroísmo, tradición y progreso encarnadas en estos monumentos.

Hoy, las largas filas no volverán a recorrer el centro de las ciudades esperando ingresar a los edificios históricos. La pandemia que vuelve todo virtual, nos entrega un Día del Patrimonio con actividades que conectan ciudadanía y patrimonio a través de lo digital. Pero más allá de la forma de acceder a él, lo relevante es reorganizar la mirada y reflexionar en torno a la memoria e historia encarnada en estos bienes, tomando nota de ese carácter dinámico del patrimonio tan presente en los discursos y normas regulatorias, pero que, sin embargo, no se consagra como justo y necesario cuando es ejercida, cuando a través de las acciones, se hacen visibles los silencios y los muertos olvidados. Preguntarnos en estas fechas emblemáticas por otras formas de concebir el patrimonio, donde los atributos de materialidad, integridad y autenticidad como único garante de legado a las futuras generaciones sea debatido, resulta del todo necesario.

Nos urge oír la fuerza gravitante de las tensiones que hoy atraviesa al patrimonio, y considerar su intervención no tanto como una amenaza del fantasma del olvido, sino como un impulso para repensar la concepción del patrimonio tradicional y sus usos y apropiaciones, tomando nota del camino inverso que invierte y revierte el sentido de permanencia y fijación de los monumentos, que cuestiona aquella concepción directora de conservarlos enteros e impolutos, como si la reproducción de la memoria se jugara únicamente en la entereza e integridad de las superficies. Sin duda es complejo abrir una fisura en cánones tan instalados en el sentido común patrimonial y que vienen de una legislación de principios del siglo XX, sin embargo, una escucha atenta a las razones y afectos de las acciones puede ayudarnos a poner en evidencia la multiplicación de acciones que repetidamente invitan a interrogarnos desprejuiciadamente por la posibilidad de reconocer esa experiencia, con toda la complejidad que esto pudiese significar en términos funcionales, normativos y conceptuales.

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