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De acciones y percepciones, o la política ensimismada de Chile por Fabiola Berríos y Fabián Pressacco

Fabiola Berríos Docente fberrio@uahurtado.cl Fabián Pressacco Docente fpressac@uahurtado.cl Vía El Mostrador Al terminar el primer gobierno de Bachelet, la encuesta CEP de octubre de 2009 mostraba que un 57% de los chilenos opinaba que el país estaba progresando. Esto dejaba a la nueva administración del expresidente Sebastián Piñera en un buen piso inicial en términos […]

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Fabiola Berríos
Docente

fberrio@uahurtado.cl

Fabián Pressacco
Docente

fpressac@uahurtado.cl

Vía El Mostrador

Al terminar el primer gobierno de Bachelet, la encuesta CEP de octubre de 2009 mostraba que un 57% de los chilenos opinaba que el país estaba progresando. Esto dejaba a la nueva administración del expresidente Sebastián Piñera en un buen piso inicial en términos de percepción ciudadana y con un capital no menor para el inicio de un gobierno. En la encuesta CEP de este año, a una medición de que termine el segundo gobierno de Michelle Bachelet, los números son significativamente diferentes. El 67% opina que el país está estancado, y es esperable que los números muestren un panorama similar cuando se aplique la última CEP de este gobierno en el segundo semestre.

De ser así, dura tarea entonces tendrá la nueva administración; no solo lidiará con los problemas “tradicionales” de la instalación de un nuevo gobierno, sino también con una sociedad que claramente, desde el escepticismo del camino recorrido en los últimos cuatro años, demandará en pos de sus intereses y demandas.
¿Por qué después de 3 años y medio, con un gobierno que ha llevado adelante reformas importantes, un porcentaje mayoritario de la ciudadanía cree que nuestro país no ha avanzado? Tal vez la última cuenta pública nos arroje algunas luces.

El jueves recién pasado, una emocionada Presidenta entraba al Congreso Nacional por última vez para entregar la cuenta del estado administrativo y político del país. Como en ocasiones anteriores, independientemente del mandatario del que se trate, las expectativas estaban puestas en una serie de anuncios que, en este caso, difícilmente podrían ser cumplidos en los meses que quedan, endosando la responsabilidad de su cumplimiento al gobierno entrante. Algo de eso quedó claro cuando Bachelet dijo que “podrán cambiar los gobiernos, pero no puede detenerse una historia que está impulsada por la fuerza de un país entero”. Algunos bien pensados rescatarán de esa frase que efectivamente se está ante un momento histórico, de esos que cambian a las sociedades; los mal pensados leerán un mensaje a un posible gobierno de Piñera, advirtiendo que en los siguientes meses habrán proyectos de ley que pueden no ir en la línea del pensamiento de la centro derecha chilena -como el de matrimonio igualitario o la extensión de la gratuidad de la Educación Superior-, pero cuya responsabilidad estará en manos de su gobierno, dados los poderes presidenciales que influyen en la discusión legislativa.

Con las menciones anteriores no se trata de hacer una defensa del gobierno, sino reparar en una de sus grandes falencias: la comunicación. Comunicación efectiva respecto de lo realizado y del impacto que la acción del gobierno tiene en el día a día de sus ciudadanos y ciudadanas. Por cierto, esta tarea va más allá de la labor de vocería del gobierno de la Secretaría General de Gobierno. Evidenciar los avances requiere de liderazgo transversal en el gobierno; no basta con conducir y ejecutar, también se debe comunicar apropiadamente, dar cuenta de lo que se hace. De ahí la importancia de las cuentas públicas como hitos democráticos, si bastara con “hacer” ¿para qué rendir cuentas?

Pero hubo algo adicional en esta cuenta pública. Algo en el ambiente daba cuenta que la Presidenta no sólo tendría que entregar anuncios, sino que tendría la oportunidad de demostrar que bajo su gobierno el país no sólo no se estancó sino que hubo avances sustantivos en áreas que impactan en el día a día de los chilenos y chilenas.

De esta forma, el discurso partía por un tema central en la discusión: la Educación. Al respecto, y sólo por mencionar tres avances, se resaltó la ampliación en 50.000 cupos de la cobertura en salas cunas y jardines infantiles -que permiten no sólo una mejor formación de los niños y niñas desde la primera infancia, sino la incorporación de más mujeres a la fuerza laboral- y la creación de universidades regionales que crean oportunidades para que los jóvenes se queden en esas regiones y no emigren a ciudades más grandes o derechamente a un saturado Santiago y la cobertura de la gratuidad en la educación superior para los cinco quintiles de más bajos ingresos. Ejemplos como estos hay varios en el discurso presidencial: la llamada Ley Ricarte Soto, la Ley de inclusión laboral, la Ley de Unión Civil, entre otros que dan cuenta de los avances realizados en este mandato.

Con las menciones anteriores no se trata de hacer una defensa del gobierno, sino reparar en una de sus grandes falencias: la comunicación. Comunicación efectiva respecto de lo realizado y del impacto que la acción del gobierno tiene en el día a día de sus ciudadanos y ciudadanas. Por cierto, esta tarea va más allá de la labor de vocería del gobierno de la Secretaría General de Gobierno. Evidenciar los avances requiere de liderazgo transversal en el gobierno; no basta con conducir y ejecutar, también se debe comunicar apropiadamente, dar cuenta de lo que se hace. De ahí la importancia de las cuentas públicas como hitos democráticos, si bastara con “hacer” ¿para qué rendir cuentas?

En esta lógica cabe preguntarse si sirve un gobierno exitoso en sus iniciativas, si los ciudadanos no lo perciben. Un paso más allá, ¿de qué sirve un gobierno exitoso si no es capaz de entregar el gobierno a su propia coalición? Claramente, los avances son importantes independientemente de las percepciones sobre los mismos. Pero si por una falencia comunicacional se coloca en riesgo la continuidad del camino recorrido claramente se ha fallado.

Pero, ¿qué fue lo que falló en este caso? Tal vez la respuesta más obvia es que el gobierno y su coalición lo hizo mal. Sin embargo, cuando un 67% de tus ciudadanos cree que el país está estancado, el que falló fue el sistema político que no estuvo a la altura de acompañar la labor del gobierno, tanto desde su propia vereda como desde la oposición. Tan claro como una fractura expuesta es esto que hoy varios candidatos presidenciales pretenden ser todos outsiders del sistema. Alejandro Guillier dice que no es político, y por ejemplo, no ingresó a la cuenta pública del Congreso por la alfombra roja; y Beatriz Sánchez participó de la marcha mientras la presidenta Bachelet hablaba al país en el Congreso.

Pero, ¿qué hace que algunos de los liderazgos emergentes no quieran ser identificados con el mundo político? Escándalos como los de financiamiento a las campañas, que son transversales en el sistema de partidos, o una ley de pesca que fue debatida por parlamentarios con claros conflictos de interés, nos recuerdan por qué desde el 2005 -según datos de la encuesta CEP- ha crecido en veinte puntos quienes no se identifican en la escala izquierda-derecha. Es una clara evidencia de la desafección ciudadana del sistema político.

Cuando la situación es esa, y tres de cada cuatro chilenos dice que quienes gobiernan lo hacen buscando su propio beneficio, hay dos alternativas: o eso es cierto –y entonces los avances mencionados irían en beneficio de las élites políticas-, o quienes están en el poder no han logrado mostrar que no es así. Hay una frase en inglés que tal vez sea útil para comprender la posición de algunos políticos al momento de enfrentar a la ciudadanía: shame on you…que significa algo así como “qué pena por ti”. La expresión le endosa la responsabilidad a quien no fue capaz de entender o captar alguna situación, dejando en una especie de supremacía a quien la dice. En este caso sería algo como “¿no te das cuenta lo que hemos avanzado? qué pena por ti…” Lamentablemente una posición como esta no funciona en la política, pues para mantenerse en el poder –y continuar el camino recorrido en un gobierno por ejemplo- necesitas refrendar la autoridad en cada elección; autoridad para representar y llevar adelante los intereses de la ciudadanía, y no los propios. Y si eso no sucede…shame on you.

Los partidos políticos de gobierno entonces, debieron ser los primeros interesados en dar a conocer los avances del gobierno, para de esta forma, lograr que en una próxima elección se revalide la autoridad para seguir con el camino recorrido. Pero los partidos, o fueron dejados de lado por el gobierno, y particularmente por Bachelet, o se confiaron en que un electorado envejecido pero cautivo sería suficiente para refrendar la autoridad. En ambos casos, la lectura fue errónea y hoy la coalición está fracturada evidenciando un doble error del gobierno: no sólo no ha sido capaz de comunicarse con la ciudadanía, sino que no fue capaz de mantener su cohesión interna. La actual coalición de gobierno deberá decidir qué camino seguir, y cuáles serán las nuevas lógicas que pueden articular una coalición.

En la oposición en tanto, la preocupación tal vez estará en cómo administrar un nuevo gobierno si es que son capaces de movilizar al electorado más duro (o fiel), cómo se enfrentan las acusaciones hacia Piñera en tribunales y cómo consensuar posiciones en todo el espectro de la derecha actual, desde la más liberal a la más conservadora. Al menos la discusión sobre la permanencia de la coalición no se dará en esta elección, tal vez dada la alta probabilidad de que tengan que formar gobierno.

Pero hay un tercer actor, una tercera fuerza que pretende posicionarse y reordenar las fuerzas en el sistema político. El Frente Amplio se encuentra ante un escenario propicio para ganar espacio, debido a que con el fin del sistema binominal (otro logro escasamente destacado del gobierno) y su reemplazo por un sistema proporcional y con mayor cantidad de escaños a repartir, tienen mayores posibilidades de representación. Este actor, busca reordenar las fuerzas representativas, pero cabe preguntarse si lograrán movilizar al electorado. En su caso tienen una doble tarea: dado el discurso que han instalado (representar a aquellos o a aquellas ideas que no han tenido espacio hasta hoy) tienen, primero, que convencer a los simpatizantes para que vayan a votar, y luego, que voten por ellos. Si esa doble tarea no es cumplida con éxito no habrá tal nueva e impactante distribución de fuerzas políticas, pues votará el mismo padrón -tal vez mermado por la abstención de los más desencantados- envejecido y binominalizado de las elecciones anteriores.

El panorama es complejo y tal vez si hay una imagen que resume todo lo antes expuesto es la del Ford Galaxy que el presidente Salvador Allende decidió que fuera el auto presidencial, y que el pasado jueves dejó a pie a la Presidenta en su camino al Congreso. Con un motor V8 y 200 HP, no sólo es un auto clásico, admirable en muchas formas, sino que entregaba una gran potencia a quien lo conducía. Lo mismo ocurría con nuestro sistema político; entregó fuerza y potencia para el retorno a la democracia, para avanzar en su profundización, para acompañar a quienes lo conducían adecuadamente, pero hoy, es un clásico, de esos que se rememoran y se coleccionan pero que son superados por los nuevos tiempos, las nuevas demandas y necesitan también de nuevos conductores.

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