No resulta nada fácil prever qué sucederá en las próximas elecciones presidenciales chilenas que se celebrarán a fines de este año. Tampoco resulta sencillo avizorar el comportamiento que tendrá la alianza de centro-izquierda Nueva Mayoría (NM) y la izquierda antisistémica que puede alinearse tras el recientemente creado Frente Amplio. El panorama es aún más complejo, teniendo en cuenta la decisión del Partido Demócrata Cristiano de llevar una candidata propia a la primera vuelta presidencial. Eso provocará, muy probablemente, que la Nueva Mayoría revise los pactos para las elecciones parlamentarias, entre otras muchas cuestiones.
Los partidos políticos chilenos están atravesando un momento difícil1. Su evaluación por parte de la sociedad es mala. De hecho, ocupan el último lugar en el ránking de confianza en las instituciones (obtienen un 6%), según lo expresa una encuesta de Mori-Cerc de abril del 2016. Solo un tercio de los ciudadanos cree que los partidos son indispensables. Lo mismo sucede con la actividad política en general, y también con la del gran empresariado. Al mismo tiempo, sólo un 13% de los chilenos creen que se gobierna en función de toda la sociedad. Cada vez más conciencia de que los que mandan son los «poderosos». Por cierto, estas no son evaluaciones antojadizas de la sociedad. La corrupción transversal de las élites, el incumplimiento de promesas programáticas, la distancia con la ciudadanía, el vaciamiento ideológico, la subordinación al poder económico-financiero interno y externo, pueden ayudar a explicar el desencanto y la disconformidad mayoritaria con la «cosa política» realmente existente. Todo lo cual se manifiesta, a su vez, en el creciente abstencionismo electoral. Hoy vota más o menos un 40% del padrón electoral, y es este porcentaje el que se disputan las dos coaliciones mayoritarias.
Esta situación ha quedado clara con el destino de las reformas que había propuesto la presidenta Bachelet en su segundo mandato. Las reformas se han encontrado con la enconada oposición de los sectores derechistas y del gran empresariado. Ambos sectores aún cuentan con fuerza suficiente como para interrumpirlas o desnaturalizarlas. Sin embargo, las reformas de Bachelet también han colisionado con la oposición sibilina o explícita de algunos sectores de la misma coalición gobernante. Es decir, se han vuelto a poner de manifiesto las dos «almas» presentes en la NM. Dos almas que obedecerían a dos maneras de tratar la herencia de la modernización neoliberal: una más condescendiente, la otra, más reformista. Ambas, sin embargo, concuerdan en que no es posible ir más allá del proceso modernizador globalizante visto como ineluctable. Asimismo, la situación económica no es precisamente buena. A pesar de todos los cantos de sirena de la globalización y el libre mercado, el país no ha dejado de depender de algunos recursos naturales. Ha desmantelado buena parte de la industria nacional y, al mismo tiempo, trata con mucha magnanimidad la presencia de los capitales extranjeros – multinacionales, bancos, y corporaciones-, los cuales han podido hacerse de una parte del cobre, del agua o de la energía, y tienen condiciones de trato y de rentabilidad muy favorables.
Dicho de otra forma, Chile aún depende del cobre. Su nacionalización fue uno de los grandes logros de Salvador Allende, de tanta importancia que ni las Fuerzas Armadas (FFAA) se atrevieron a retrotraer la política. Sin embargo, también allí se ha ido ejecutando un proceso de privatización, y su explotación está aproximadamente en un 70% en manos de compañías privadas, y solo un 30% en manos directas del Estado chileno.
Las expectativas de los ciudadanos con respecto al futuro tampoco son positivas. En la misma Encuesta Mori-Cerc mencionada anteriormente, el 65% de los chilenos señalan que la corrupción (que recorre transversalmente al conjunto de la élite nacional, incluidas las mismas FFAA) no se podrá eliminar. Su percepción no está muy alejada de la realidad.
Chile es un país frágil en la medida en que continúa siendo dependiente de decisiones y actores ajenos al país –bancos, multinacionales, corporaciones, y organismos financieros internacionales-. Esta situación se profundiza, en tanto el país mantiene un modelo neoliberal de apertura indiscriminada al exterior, lo que lo hace especialmente vulnerable ante las crisis que se generan en el Norte desarrollado. No deja de resultar paradojico que la actual bancarrota de la política nacional y las dificultades que enfrenta la economía, hayan sido también promovidas por el centro y la izquierda renovada, aliadas primero en la Concertación y luego en la Nueva Mayoría (2014). La alianza de centro-izquierda ha evaluado como improcedente o como no factible la modificación estructural y radical del modelo económico-social heredado de la dictadura cívico-militar, y el sistema político. Esta falta de decisión le ha pasado factura. Su confrontación con la derecha es ahora más difícil2. Un número importante de ciudadanos ven que su poder es impotente para introducir los cambios que requieren para tener una mejor calidad de vida, incluso cuando la coalición de centro-izquierda tenga mayoría en ambas Cámaras. El leitmotiv central de los programas de gobierno en estos 27 años, ha estado, a final de cuentas, centrado en el crecimiento con equidad, como conditio sine qua non de todo el resto de posibles políticas3.
Desde la década de 1990, la centro-izquierda dejó definida su orientación al afirmar que habría justicia «en la medida de lo posible». La medida de lo posible pasó a conformar el límite invisible, sea para obtener mayores cuotas de igualdad, de mejor distribución del ingreso, de acceso a bienes sociales fundamentales (salud, educación, pensiones), o de participación (nueva Constitución), y cumplimiento de ciertos derechos (por ejemplo, relativos a los pueblos originarios). El conjunto de ingredientes esquemáticamente reseñados, ha provocado que la Nueva Mayoría tenga una difícil tarea para enfrentar al candidato de la derecha (muy problablemente el expresidente Sebastián Piñera4 . Como si todo este panorama fuera poco, la gran novedad actual es la aparición del Frente Amplio, una agrupación hija de los movimientos estudiantiles del 2011, que reúne a movimientos políticos y sociales diversos, y que se presenta como antisistema5. El Frente Amplio pretende disputarle tanto a la NM como a la derechista Chile Vamos, las elecciones parlamentarias y presidenciales. A la derecha nacional no le inquieta esta nueva aparición. En cambio, si puede restarle votos a la Nueva Mayoría por su flanco izquierdo.
Por primera vez el escenario político-electoral se presenta abierto e incierto. ¿Podrá la centro-izquierda socialdemócrata (en cuya coalición también se inscribe el Partido Comunista) junto a la izquierda social y política derrotar a la derecha en las próximas elecciones presidenciales y parlamentarias?6 . ¿Qué sucederá ahora, teniendo en cuenta la actitud del Partido Demócrata Cristiano que pretende proyectar su «camino propio» hacia dentro y fuera del país?7
No es posible adelantar una respuesta concluyente. La llamada «ciencia» de la política se percata de que el discurso sobre la cosa pública excede a los cálculos, los porcentajes, las estadísticas y las determinantes numéricas. Ante este escenario, la tarea no será fácil. Entre otras cosas, porque el ethos neoliberal ha penetrado en importantes segmentos de la población que le perdonan a Sebastián Piñera sus transgresiones al fair play de la competencia porque ha tenido la «virtud» de hacerse de una considerable riqueza8. ¿Y acaso no son el dinero y la riqueza –su acumulación individual en primer lugar-, uno de los principales leitmotivs que guían la existencia personal y del conjunto en una sociedad como la nuestra, que parece por ahora haber abrazado y convertido la ideología neoliberal en el ethos primordial de su vida cotidiana?