Una exposición sobre lo sucedido en la Plaza de la Dignidad desde el estallido social del 18 de octubre, realizará la académica Francisca Márquez, en el marco de una nueva edición del Congreso del Futuro, que se llevará a cabo en Santiago entre el 13 al 16 de enero. “Hablaré de Plaza Dignidad y de las señales del con-vivir que se gestan en la revuelta social. Mi propósito es contribuir a leer en claves culturales y políticas lo que en ella ocurre desde hace más de 60 días. A partir del ejercicio etnográfico y visual daré cuenta de tres tensiones de las prácticas y emociones que allí se despliegan: ‘ira–antropofagia’, ‘respeto–reciprocidad’, y ‘dignidad-vita activa'”, adelantó.
Márquez –quien hará su exposición en el panel “Convivir” el lunes 13 de enero, a las 17:15 horas en el Teatro Oriente– es antropóloga de la Universidad de Chile y tiene un doctorado en Sociología en la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica), así como también un Magíster en Desarrollo en la misma casa de estudios y es académica titular en el Departamento de Antropología de la Universidad Alberto Hurtado. Ha desarrollado diversos artículos, libros e investigaciones vinculados a la antropología urbana y actualmente está abocada a su proyecto “Ruinas urbanas. Réplicas de memoria en ciudades latinoamericanas (Santiago, Quito y Bogotá)”, el cual inició en el 2018 y que planea finalizar en el 2023.
Para la antropóloga, la historia de la Plaza Italia es la de un derrotero en el cual las imágenes y monumentos institucionales se suceden desde 1875, en busca de la construcción de una memoria oficial e institucional centrada en los referentes propios de la historia nacional. “No es sino hasta los años treinta, con la estampida de las élites desde el centro hacia el oriente de la ciudad, que Plaza Italia deja de ser solo un hito histórico institucional y se vuelve frontera simbólica de una ciudad fragmentada que divide a los de arriba y a los de abajo, a los barrios altos y a los barrios pobres”, comentó.
De esta forma, agregó, Plaza Italia ya no solo ordena la ciudad, sino que además se convierte en referente obligado para las muchedumbres que desde uno y otro punto de la ciudad acuden a ella para conmemorar y protestar, se trata de una confluencia espontánea “que paradójicamente no encontramos frente al Palacio de La Moneda ni en la Plaza de la Ciudadanía ni en la Plaza de Armas de Santiago”.
Para Márquez, la Plaza Italia “se constituye en frontera y escenario para manifestaciones espontáneas de un pueblo que, así como conmemora y festeja, también reclama: por el retorno a la democracia, por el triunfo del No, por los derechos de las mujeres, por la muerte del dictador, por la despenalización de la marihuana, por el derecho a la diversidad sexual, por la revolución pingüina, por la clasificación a un Mundial…”.
De la ocupación a la toma
Con el estallido social, la historia del lugar cambió. “Hasta el 18 de octubre a Plaza Italia se acudía cuando la celebración se deseaba colectiva, abierta, disruptiva del orden y del tránsito urbano, pero siempre rápida, fugaz y presta a su disolución. En una ciudad segregada como la nuestra, ocupar la calle ha sido, y es siempre, un gesto de valentía e insubordinación. Es este gesto el que otorga a Plaza Italia su carácter histórico de espacio público, entendido como espacio siempre en pugna, siempre en construcción, siempre en conquista por parte de citadinos que imaginan e impugnan el propio lugar en su ciudad”, explicó.
Para la académica, lo que hoy cambió después del 18 de octubre no fue solo el nombre (a Plaza de la Dignidad) sino que el modo y la motivación de su ocupación. En ese sentido, afirmó que la “ocupación” cedió lugar a “la toma” del lugar, dejando así de ser fugaz para transformarse en una invitación a instalarse en ella y permanecer hasta que las demandas encuentren su lugar en la sociedad chilena.
“Desde hace ya casi tres meses, los cuerpos que acuden regularmente a Plaza Dignidad, lo hacen para habitarla y así transformarla en un bastión y un lugar donde compartir y gritar el deseo de justicia social en esta sociedad desigual”, precisó.
Márquez aseveró que la Plaza de la Dignidad no es solo un lugar de confluencia del gesto político y reivindicativo de muchedumbres diversas: “En ella habitan también vecinos y vecinas, niños y ancianos, una clase media que valora la vida urbana y la centralidad que le otorga el emplazamiento en el corazón de la ciudad. Tras el estallido social, la vida cotidiana de Plaza Dignidad se ha visto profundamente trastocada. Los vecinos no vamos a las manifestaciones, vivimos en ellas. Y si en un principio participamos con entusiasmo de los cacerolazos y los cantos que no cesaban de cubrir las calles, hoy la violencia inusitada de las Fuerzas Especiales de Carabineros obliga a crear estrategias para resistir los gases, las sirenas y los cientos de perdigones incrustados en los cuerpos de los manifestantes y en los árboles del Parque Bustamante”.
Hay un vínculo simbólico entre la Plaza de la Dignidad y la crisis social que se desató hace dos meses y medio. “Se condensa la esencia de nuestra condición urbana. Podremos alegar que esta muchedumbre difusa, apasionada y desorganizada que se toma la plaza, a menudo queda a medio camino entre la manifestación espectacular y el acto efímero. Pero lo que no podemos negar es que en la plaza el gesto colectivo y espontáneo prevalece sobre el orden establecido y convierte ese momento en una festividad y en una batalla que dibuja un espacio y un tiempo de expresión de aquello que la desgarra. En este escenario siempre abierto, de estatuas trasvestidas, encapuchadas, adornadas, de estaciones de metro en cenizas y cubiertas de grafitis, de estatuas desaparecidas como la de José Martí, el mensaje es mucho más que la alteración del orden urbano cotidiano”, explicó Márquez.
Para la antropóloga, la acción de “tomarse” la Plaza de la Dignidad constituye por sobre todo un cuestionamiento a los paradigmas que han regido en el ordenamiento de la sociedad chilena, que ha dado paso incluso a llamados a reformularla arquitectónicamente.
Nuevo espacio
Para una reformulación del espacio de la plaza, además hay varios factores arquitectónicos y simbólicos que deberían considerarse. “La pregunta por el diseño urbano de los espacios públicos se impone con fuerza a partir del 18 de octubre. ¿Qué es el patrimonio urbano? ¿Quiénes y cómo se define lo que es merecedor de ser resguardado y conservado? ¿Cómo hacemos memoria de este estallido y su malestar? ¿Cómo respetamos y escuchamos las miles de expresiones artísticas y performáticas que han cubierto nuestras ciudades durante estos días?”, planteó Márquez.
“Sea cual sea la respuesta, lo cierto es que la planificación y el diseño de nuestros espacios públicos, ya no podrán ser atribución solo de expertos y técnicos sentados en una oficina gubernamental o inmobiliaria. Lo que se requiere es repensar nuestra ciudad en función de estos gestos y voces del malestar. Lo que se requiere con urgencia es aprender a leer los muros rayados y los monumentos descabezados, como libros o pizarrones que contienen los manifiestos de la sociedad que queremos. Pensar que basta una buena brocha con pintura blanca o verde, como las que hemos visto estas semanas cubrir las expresiones gráficas de las calles, es negar y violentar simbólicamente las demandas por una sociedad más justa”, sentenció.