Por: Alexis Cortés, académico del Departamento de Sociología de la UAH.
Los movimientos sísmicos que cada cierto tiempo remecen a Chile también derrumban sus fachadas simbólicas. Así ocurrió con el 27F, que dejó en evidencia un Estado incapaz de enfrentar un tipo de catástrofe que, independiente de su magnitud, resulta recurrente en su historia. El mito del país más moderno de América veía resquebrajar sus pilares con una institucionalidad de emergencia sin reacción, con un país incomunicado y en pánico colectivo por los saqueos desatados en las zonas de catástrofe. Cuando el Estado consiguió reaccionar, lo hizo asumiendo el único rol legítimo que la lógica neoliberal le atribuye, a saber, la intervención represiva con los militares en la calle.
Sería un despropósito negar que los efectos de los saqueos fueron devastadores y que en algunos casos superaron a los daños provocados por el propio terremoto y maremoto. El remezón social llegó a tal punto que un sector de la intelectualidad interpretó este fenómeno como la manifestación de una crisis social dada por una generalización de acciones conducentes a un “desborde social” o “reventón histórico”. No obstante, por más que los saqueos hayan respondido a la expresión de rabias contenidas o que puedan ser explicados por la desigualdad social existente en el país, es difícil ver en el fenómeno algún tipo de potencial político antisistémico. Por el contrario, la “crisis social” post-terremoto pareció agudizar la normatividad neoliberal, toda vez que los saqueos fueron conducidos por un oportunismo radical: sacar el máximo provecho económico de la catástrofe. Aunque los saqueos fueron en parte una respuesta a la tardía reacción de las autoridades gubernamentales y del propio mercado (los dueños de las grandes tiendas decidieron no comercializar sus productos ante la caída de sus programas de venta por la falta de electricidad), algunos individuos saquearon y acapararon productos de primera necesidad para revenderlos a precios que se disparaban con la escasez, mientras otros se hacían de artículos electrónicos que nada tenían que ver con la sobrevivencia, como televisores, refrigeradores e incluso vehículos pesados.
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