Si fuera tony de circo, es cierto, no daría la talla, no sería lo cómico que se quisiera, pero no sería lo dañino que es al ponerse al mando de una nación, de la más poderosa del mundo.
Pero ahí está.
Las payasadas estremecen a los débiles y fortalecen a los poderosos. El 3 de marzo, una niña argentina, avecindada a los siete años en el Imperio, tras exponer la deportación de su padre y hermano, fue también detenida y amenazada de deportación. A la salida de su conferencia de prensa la esperaban no solo periodistas, amigas y familiares, sino agentes federales. La escena tenía reminiscencias del accionar de la Dina en Chile y ya no se trataba de una payasada más de un presidente al que se le considera condescendientemente como excéntrico.
El ascenso al poder se hizo a raja tabla y su ejercicio se sostiene sobre la base de acusaciones groseras y, naturalmente, infundadas. Pero lo que enseña la política de los poderosos es que las evidencias son secundarias y que la prensa – y con ella la libre expresión del pueblo – vale un carajo porque lo que importa es sentar las bases de las verdades con las que comulga quien ejerce el poder.
Y, entre tanto, evadir cualquier responsabilidad de tono mayor que gravita ya no solo sobre el gran pueblo americano, constituido por los miles de inmigrantes provenientes de las cuatro esquinas de la tierra, sino sobre el resto de la población mundial.
No. El poder no admite que el primer mandatario de color (¡vaya expresión!) haya ganado en sus dos períodos el aprecio de su pueblo y un lugar en la historia que lo signa como uno de los presidentes de mayor prestigio de su país.
No.
Era preciso agarrarlo a trompadas. Inventar una historia, de esas a las que nos tiene acostumbrado la inteligencia imperial, y adjudicarle una lunática acción de espionaje. La payasada no sería más que un chiste de mal gusto.Pero el hombre no se detiene en su delirio y arrastra consigo a una parte importante del electorado y, peor aún, al Congreso de su país, donde el delirio se vuelve mayoría.
Es probable, en consecuencia que veamos un juicio político sacado del sombrero de un demonio, para que luego la prensa obsecuente no haga sino decir lo que suelen decir las personas de “sentido común”: “les dije, una persona ‘de color’ no podía ser un gobernador honesto”.
Infelizmente son estilos de hacer política que se replican por doquier. En estos y en tantos otros casos, de la trompada algo queda.
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